LA
JUDERÍA DE CUENCA
Introducción
La historia de los judíos a la que vamos a hacer
referencia en este ensayo se abre con el inicio de la Reconquista –en el siglo X- y se cerrará con la toma de Granada
por los Reyes Católicos y el dramático y equivocado proceso de su expulsión de
toda la península ibérica –en el siglo XVI y albores del XVII-. Esta historia
ocupa un lugar de excepción en los Anales del pueblo judío, ya que comprende
prácticamente el único periodo de toda la historia de la Diáspora –fuera de los tiempos modernos a los que haremos
referencia más adelante- y que podemos estudiar en su realidad, siguiendo paso
a paso, gracias al numeroso aporte documental.
Los objetivos políticos de la Reconquista proporcionarían a los judíos amplias oportunidades
para su florecimiento externo, pero la motivación religiosa de aquella lucha
despertó el fervor de los cristianos, sometiendo a dura prueba la existencia
religioso-étnica de ellos mismos.
Las circunstancias históricas que tuvieron que vivir
los dos grandes reinos de Castilla y Aragón, a lo largo de la Edad Media, determinarían unos condicionamientos específicos, sobre todo, en esa
dura y larguísima guerra contra sus vecinos musulmanes en el dilatado proceso
de Al-Ándalus y que sería la causa
fundamental de que los españoles se convirtieran en el pueblo más tolerante y
fanático, a la vez, de toda la Cristiandad medieval, en ese doble contrasentido. Los objetivos
políticos de la Reconquista proporcionaron a los judíos amplias oportunidades
para su florecimiento externo, pero la motivación religiosa de aquella lucha
despertó el fervor de los cristianos, sometiendo a dura prueba la existencia
religioso-étnica de los propios hebreos.
Por otro lado, es una paradoja peculiar de la historia
española que, durante el siglo anterior a la expulsión definitiva de los
judíos, llevada a cabo en 1492, se prepararan las circunstancias destinadas a
perpetuar la presencia de ese pueblo a cuya eliminación España se había
dedicado enérgicamente. En efecto, mientras evolucionaba hacia ese momento
decisivo de la historia –en palabras de Sicroff-, España comenzó a manifestar
escrúpulos de limpieza de sange dirigidos conra los cristianos de ascendencia
judía a quienes, si no se les podía expulsar, había que impedir jugar un papel
de primer plano en la sociedad cristiana del momento. Estos escrúpulos se
presentaron pro primera vez de forma sistemática en el siglo XV, porque la
sospecha respecto al judío convertido al cristianismo tiene una larga historia
episódica que se remonta a los tiempos de los reyes godos, con los llamados
Estatutos de limpieza de sangre, dirigidos a limitar o eliminar cualquier
participación de los judeocristianos enlas diversas comunidades, tanto
religiosas como laicas. A medida que esa preocupación se intensifica, sobre
todo en los siglos XVI y XVII cuando se transforma en obsesión, se requiere una
diligencia extraordinaria para identificar a los cristianos nuevos de sangre
judía por la rapidez con que han logrado penetrar en la sociedad española.
Frecuentemente se designaba también al judeocristiano
por los nombres de cristiano nuevo, converso y muchos otros epítetos
despectivos, entre los que podemos destacar, marrano, confeso, maculado e
incluso judío.
En España, serían varias las violencias repetidas del pueblo
cristiano contra los judeoconversos (judíos cristianizados después de la
conversión obligada). Durante los agitados reinados de Juan II y Enrique IV, no
hubo ningún poder religioso o civil bastante fuerte para detener el movimiento
contra los conversos. Los esfuerzos esporádicos de algunos nobles por venir en
ayuda de los judeocristianos cuando sufrían asaltos físicos tenían, en el mejor
de los casos, una eficación de poca duración. Así nos lo cuenta A. Sicroff,
sobre todo en su estudio de los estatutos de limpieza de sangre, ya comentados,
pues ni el poder pontificio –el papa Nicolás V censuró de nuevo la
Sentencia-Estatuto en 1451-, ni la autoridad de los eclesiásticos españoles
lograron impedir la difusión en todas las esferas de la vida española. Los
tratados de eruditos como Alonso de Cartagena eran impotentes por su naturaleza
misma para refrenar la acción ciega del pueblo. Las doctas investigaciones
sobre la historia dela Iglesia y el derecho canónico, los razonamientos
rigurosos para demostrar que la hostilidad para con los cristianos nuevos era
contraria al espíritu cristiano, eran la única defensa de los conversos. Los
argumentos refinados de Alonso de Cartagena sobre la unidad d ela Iglesia, sus
demostraciones utilizando figuras como la del cuerpo único de la Iglesia, o las
que consideraban la contribución de los judeocristinos a la fundación de la
llamada Iglesia Primitiva, no recibirían ninguna respuesta de los cristianos
viejos casi hasta mediados del siglo XVI.
Exponemos aquí, un breve estudio de la convivencia
entre judíos y cristianos en la Castilla
Baja, sobre todo en dos importantes núcleos castellanos: Cuenca y Guadalajara, entendiendo que su estudio nos permita comprender las
difíciles circunstancias vividas por esta minoría y su trascendencia posterior
–una vez ejecutada la expulsión- como herederos de Separad, tal cual sefardíes
por el mundo.
Vayamos pues, al tiempo que nos atañe y dejemos el
espacio de fondo ya tratado en tantos y tantos estudios. (3)
La Judería de Cuenca
Cuando contemplamos el horizonte nuestra alma crece, y
podemos usar nuestros ojos para tocar las cosas distantes.
Llegamos a Cuenca, a la ciudad medieval de la Meseta castellana más austera, bella y rocosa. Diríamos eso
de que Cuenca, ¿surge o vuela?-de ese conglomerado de rocas-. Es,
toda ella, como un castillo extraño, disparatado, fruto entre lo casual y el
impulso de un loco genial. Es el resultado de una rara fantasía y el
utilitarismo funcional y vital del espacio. Hay un contrasentido entre realidad
y fantasía, cielo y tierra, roca y agua.
Cuenca se alza en ese cogollo rocoso, la piña sobre la meseta donde sus
fundadores –hasta ahora desconocidos- quisieron encontrar protección y
seguridad en tiempos de violencia de dominio. Elevada sobre sus dos hoces angostas,
regadas por ese Júcar que los árabes llamaban Xucra y el Huécar, un pequeño y
misterioso afluente que vierte sus aguas en aquella albuhera (albufera o lago artificial) que los árabes que la
habitaron contaron en sus descriptivas narraciones. Las casas se amontonan y se
elevan para tocar el cielo desde la roca, la misma roca que da formas maquiavélicas para invocar el sueño de
los dioses.
En esta ciudad hay diferentes colores. Ese color azul
ultramar que desgaja su cielo se divierte con ese gris veteado de rosáceos
trascendentes a la par de moraduras violetas, verdecientos, vegetales girando hacia los oros otoñales, platas,
rojos e increíbles gamas bien aprovechadas por los grandes artistas de todos
los tiempos.
Es la Cuenca musulmana, la que ahora nos interesa. Es posible, que
el territorio que hoy conocemos como ciudad y término, cayese en manos de los
árabes en el mismo año de su entrada en la Península, el 711, a raíz de la conquista de Toledo por Tarik ben Zeyak.
Al igual que la mayor parte de la España visigoda, Cuenca cae dominada con cierta facilidad y empieza su momento medieval con
los cambios administrativos que este nuevo pueblo de dominio decide
establecer para su organización y funcionamiento. Tal es así, que desaparecerán
los Obispados visigodos de Ercávica, con su último obispo Esteban y, los de
Segóbriga y Valeria, quedando de esta manera, bajo el dominio del Islam.
La nueva situación administrativa establecida exige que casi toda la provincia con la ciudad a
la cabeza, quede dentro de la cora o
distrito musulmán, de Santaver o Xantaverilla.
El historiador al-Razí hace una minuciosa descripción
de Santaver, al narrar sus maravillosos y excelentes terrenos de ganadería y de
pastos con buen cultivo para cereales. “Comprende laderas de montañas con
espaciosos y fértiles llanos y allí se encuentran hermosas vegas plantadas de
árboles, sobre todo nogales y avellanos de mucha altura”. Entre sus grandes
fortalezas, Uklis (Uclés), Wabda (Huete), Walmu (Huélamo) y Kunka (Cuenca), darán vida a una estructura defensiva murada de gran importancia en
el control del paso de la Meseta central.
Con escasos intervalos, el territorio conquense cae en
manos de la familia bereber de los Banu Zennun o Di-l-Nun a partir del 873,
llegando incluso hasta el final, con una casi total independencia de la
autoridad central, ya fuese el emirato independiente (756-929) o del califato
de Córdoba (929-1031).
Cuenca ciudad, pasará por diferentes manos de poder. Muerto el califa Muhamad
III, será el señor de Uclés, Ismail Beni Dilnun, quién la domine durante un
tiempo. Es en ese periodo de poder cuando se convierta en la capital de su
distrito y haga crecer su población.
El cronista árabe Il-Idrisi nos habla de ella con
pasión: “Está al lado de un lago artificial, la albuera (al buhayra), formando al pie de sus murallas con las aguas
confundidas del Júcar y Huécar, que servían de defensa en determinados
momentos. Parece un jardín colgante entre sus muros rocosos y sus gentes,
habitan lugares y palacios”.
Hasta su dominio cristiano, Cuenca formaría parte de la taifa de Toledo en primer lugar, para pasar luego
a manos del rey Almotamid de Sevilla y un poco después, al dominio almorávide,
hasta la derrota de éstos por los almohades, ya en el siglo XII. (4)
En España, las referencias más antiguas a la presencia
de comunidades judías se remonta a la época del Imperio Romano, y el primer
vestigio arqueológico es un ánfora con una marca hebrea datada en el siglo I
d.C.
El documento más antiguo que cita a judíos en la
provincia de Cuenca son las Actas
del Concilio de Elvira en el siglo IV, haciendo referencia a la ciudad de
Segóbriga (5); sin embargo no se generalizaría esa presencia en la sociedad
hispano-musulmana hasta finales del siglo XII y principios del XIII, momento
clave en que se llevará a cabo la conquista (reconquista) cristiana y el
consiguiente proceso de repoblación y fundación de ciudades.
No hay la menor duda, que durante el dominio musulmán
de la ciudad, momento álgido en progreso artesanal y comercial, hubiera una comunidad
judía afincada en la misma, compartiendo con la sociedad dominante una vida
social tolerante.
La legislación musulmana recogió algunas previsiones
restrictivas, “tales como la obligación de usar trajes que les identificaran,
no utilizar caballos y montarlos, ni recitar oraciones en voz alta o incluso,
el que sus casas y sinagogas debieran tener un espacio reducido y controlado,
tanto en espacio de planta y sobre todo, en altura.”
Sin embargo, esta legislación fue tolerante en la
mayor parte de sus preceptos, pues se les concedía libertad de movimiento, de
propiedades e incluso de culto en el interior de las sinagogas, las cuales
poseían un peculio de nombre wafq, para asegurar su sostenimiento. No
nos cabe la menor duda de que, en Al-Ándalus, como en los demás países
islámicos contemporáneos, los judíos contaban con representantes propios, para
entenderse con las autoridades califales. Pero los nasis (príncipes) que se mencionan en numerosos escritos eran, al
parecer, de nombramiento real.
Poco a poco, se empezó a producir cierto cambio.
Durante el Califato –sobre todo a partir del siglo X- se les concedería el
mismo estatuto que a los cristianos dominados, mozárabes, lo que implicaría que
se les prohibiese la construcción de
nuevas sinagogas y el ejercicio de cargos públicos, discriminándolos a
partir de ese momento a portar una vestimenta identificativa. Sin embargo,
cualquiera de estas medidas, -por muy discriminativa que pudiera parecer-, no
tendrían comparación con las sufridas en el periodo anterior, bajo el dominio
visigodo.
Es estatus de protegido, dimmi es el de “gente del libro”, es decir, aquellos que tienen
Escritura revelada, que viven permanentemente en territorio musulmán y, que sin
duda, eran las dos comunidades dominadas: cristianos y judíos. Ello implicaba
que a cambio, debían pagar un tributo especial de capitación, gozando de la
protección y hospitalidad de la comunidad musulmana, conservando sus normas y
usos internos bajo la jurisdicción de sus propios jefes. La condición de dimmi, de todas formas, no era
equiparable a la del musulmán, sino ligeramente inferior.
Es imposible, siquiera aproximadamente, llegar a saber
el número de judíos que había en la primera época de dominio musulmán, ya que
no aparecen contabilizados sus tributos. Sabemos, por el testimonio de los
Ahbar Magmu’a y de al Maqqari, que el ejército de Tariq, como señalábamos
antes, “reunió todos los judíos de una comarca en la capital, dejando con ellos
un destacamento de musulmanes, mientras continuaba su marcha el grueso de las
tropas.” Esto nos consta expresamente para ciudades como Elvira, Córdoba,
Toledo y Sevilla, aunque tal vez pudiera ser también, en Cuenca y Guadalajara.
Después hay una laguna historiográfica. Es posible que
muchos de ellos pasaran al territorio de
Al-Ándalus, huyendo de los ataques del primer Idrisi contra la zona de Tadla. Se sabe también que tenían un
arrabal, Madinat al-Yahud en las afueras de Toledo, en el año 820, y un barrio
en Córdoba en el mismo siglo. Tanto en tiempos del emir Abd Allah como de los Ziries, Lucena era la “ciudad de los
judíos” por excelencia, y “eran tantos, que fueron capaces de repeler un ataque
hafsuní.” (6)
En Cuenca, la situación por entonces estaba también muy
definida a pesar de la escasa documentación existente. Durante los siglos X y
XI, la ciudad musulmana de Konca ocupaba el recinto amurallado adaptado al
conjunto rocoso de su orografía y organizado linealmente entre los dos puntos
reciamente fortificados que eran el Alcázar en la parte de la Torre de Mangana o minarete y el castillo o Alcazaba en la
parte más alta de la ciudad. Este trazado permitía un control de la población,
situando a las familias nobles árabes en las casas grandes de la misma plaza o
zoco, donde presumiblemente estaría su principal mezquita y la población
restante musulmana en los barrios aledaños al Alcázar y en la calle principal
de la Correduría.
Sin embargo, la minoría judía ocupó en una primera
estancia la zona de Zapatería Vieja, Alcaicería Concejo Viejo y Pellejería, con
un adarve de separación, mientras que la otra minoría, la cristiana, se
mezclaba en las calles adyacentes al Barrio de San Nicolás, barrio de San Pedro
y algunas de las calles de la parte más baja, cerca de la puerta de San Juan.
No debía de haber más de mil quinientos judíos en esos
siglos en la totalidad de los territorios castellanos. En algún caso, algunos
de ellos dedicaban su tarea a profesiones liberales, médicos, prestamistas o
abogados, aunque la mayoría eran artesanos.
Las invasiones almorávides y almohades, en los siglos
XI y XII, respectivamente, fueron en general, nefastas para los hispanojudíos
del territorio musulmán, sobre todo los que habitaban lugares de La Mancha, Toledo y la zona Levantina y, no tanto, para el caso
de Cuenca. Sin embargo, territorios como Uclés y las tierras de
la
Orden de Santiago,
tendrían que sufrir duras embestidas de estos pueblos radicales del Islam,
obligando a emigraciones dramáticas por esa persecución sistemática a la que se
vieron obligados.
Bien recibidos muchos de ellos por Alfonso VII de
Castilla y León, el centro de su actividad se desplazará hacia la España cristiana, concretamente, hacia Toledo y todas
aquellas ciudades que eran consideradas libres y tolerantes.
Esta circunstancia provocó un constante fluir de un
lado para otro dentro de las comunidades hebreas hispanas, hasta tal punto de
que familias importantes que habían formado parte, incluso de la corte
musulmana, por su influencia y poder, tuvieron que abandonar sus lugares y
refugiarse para salvar la vida, sobre todo, de la fuerte represión almohade.
Con la caída de Granada por Ibn Tasufín, un
prestigioso judío Yosef ibn Ezra y su hijo Yehuda marcharon a Toledo, pasando
antes por Cuenca. Visitaron la ciudad pero no les convenció la
seguridad que ofrecía por encontrarse aún en manos musulmanas, abandonando la
misma y llegando a Toledo donde volverían a conseguir una posición elevada. Un
descendiente de esta familia, Mosen ibn Ezra llegó a destacar como poeta y
luego Rabí, reconociéndose en Toledo y Cuenca como “el hombre capaz de escribir cuentos de amor sensuales y eróticos
a la vez que una poesía religiosa” y que fue considerada un prodigio por los
hombres piadosos de las generaciones siguientes. Sin embargo, las envidias
provocarían su caída no sin que antes, él mismo viajara por toda Castilla
ensalzando lugares y ciudades. Tal vez este poema tuviera relación con Cuenca, a la que visitó en más de una ocasión:
A escalar un castillo le ha forzado la
suerte,
a quedarse en su cumbre, solitario y
aislado.
No le llegan más voces que el plañir de sus
chacales
y el graznar de los pájaros.
A su lado un halcón, el plumaje se mesa
y se carpe los labios.
Su yacija entre astros, le dispuso la
suerte,
por alfombras una nube, ha extendido a sus
pies;
le ordenó que cantara, las estrellas sin
cuento
que midiera el espacio.
¡Ah, que tierra en la cual ni un amigo se
muestra, que por el se conduela
confortándolo el ánimo¡ (7)
En aquellos años de constante preocupación por
mantener el dominio musulmán frente a las victorias de reconquista cristiana, Cuenca seguía sumida en su situación de indefinición. e indefensión frente al
dominio cristiano de Toledo con Alfonso VI y su aislamiento dentro de
Al-Ándalus.
Casi un siglo durará la conquista de estas tierras de
la antigua cora conquense. Con motivo de la toma de Toledo en 1085 por Alfonso
VI, al extenderse la línea fronteriza a lo largo de la ribera del Tajo, caerá
en su poder la parte más occidental de Cuenca, con Uclés a la cabeza, pasando al año siguiente, nuevamente, a poder
de los musulmanes, como consecuencia de la derrota de Zalaca.
En ese corto espacio de tiempo, Alfonso VI toma la
ciudad y llega a ella, le acompaña, Yosef ha-Nasi Ferruziel, es decir Cidiello,
el médico particular del monarca a quien el propio Yehuda Haleví alabaría encarecidamente
con sus versos diciendo de él que, “cuando los grandes y el rey se reúnen
en el Consejo, todos asienten ante
Yosef, espejo de su gloria” y sus palabras las corroboran varios cronistas
cristianos.
Para este gran poeta, Yehudá Haleví, las guerras de su
tiempo, con los sufrimientos consiguientes, eran como los dolores de parto de la Edad Mesiánica.
En una ocasión, cuando de nuevo se escuchó en Castilla el grito de victoria y
Alfonso VII volvió a arrogarse el título de “totius Hispaniae Imperator”, llegó
a vaticinar la ruina de Ismael y la aparición del Mesías para el año 1130. (8)
Igual que había sucedido, por tanto, en el reinado de
Alfonso VI, también ahora los judíos hallaron en Castilla un salvador: Yehudá
ibn Ezra, el ya citado miembro de aquella familia que había emigrado de Granada
y que deambuló por Cuenca y Guadalajara hasta quedarse en Toledo.
Antes de tomar esta decisión fue almojarife del propio
rey emperador y organizaría un ejército para luchar contra los almohades
haciendo capital a Calatrava. En esta ciudad quiso colocar un refugio para
todos los judíos exiliados que huían de la espada almohade, trayéndolos
después, sanos y salvos a Toledo.
La ciudad de Cuenca caerá nuevamente bajo manos musulmanas gracias al Al-Motamid de
Sevilla el que, según la leyenda, entregaría los castillos de Cuenca, Uclés, Huete, Zorita y otros del distrito, como dote por la boda del
rey castellano con la princesa Zaída, nuera del rey moro, que al bautizarse
tomaría el nombre de Isabel. Este suceso que ha sido investigado por numerosos
historiadores, ha provocado confusión y desconcierto al no aclarar este curioso
tema amoroso, por cuanto, no se sabe si fue concubina, esposa o simplemente,
amante del propio rey. Lo cierto fue que Zaida le daría un hijo al rey de
nombre Sancho, que moriría en la famosa batalla de Uclés o batalla de los
Sietecondes, acaecida en 1108, por la que Tamín, hijo de Yusuf ben Tasufin,
caudillo almorávide que había fallecido unos años antes, derrotaría a los
cristianos dirigidos por Alvar Fañez provocando la desgraciada muerte del
infante heredero al trono castellano. Esta mujer ha generado una importante
leyenda utilizada por numerosos escritores y haciendo de su estela, argumento
histórico en novelas y relatos.
La guerras de conquista cristiana por recuperar los
territorios de domino de Al-Ándalus, continuarán de Occidente a Oriente, por
tierras conquenses, durante el resto del siglo XII. Hacia 1150, la fortaleza de
Huete había pasado al dominio cristiano, iniciándose la formación de su alfoz.
Allí la llegada de judíos junto a los que de tiempos atrás habitaban, daría
lugar a una de las Juderías de mayor importancia de todo el reino castellano en
la Baja Edad Media.
En 1174, el rey Alfonso VIII entregará el castillo y
la villa de Uclés, que desde 1163 estaba en posesión de los caballeros de San
Juan, a los freires de la Orden de Santiago, haciendo de este lugar, su cabecera
mayor.
Pero la empresa de mayor envergadura será la de este
rey castellano cuando afronta la conquista de la ciudad de Cuenca. Con ella, se aseguraría, no solamente la posesión de un gran lugar
estratégico, -en esa línea del Tajo- y como avanzada de la Reconquista hacia la frontera con el reino de Valencia, sino
además el predominio castellano en aquel territorio, frente a las posibles
apetencias de una extensión hacia el suroeste del reino aragonés, por lo cual
consiguió que el mismo rey Alfonso II de Aragón se decidiera a actuar
conjuntamente con él en la toma de Cuenca.
Las tierras del norte y oeste ya eran cristianas. El
castillo de Huélamo, en tierra conquense, había sido tomado por los aragoneses,
pero en seguida pasaría a la Orden de Santiago, permaneciendo así en el reino de
Castilla.
Alfonso VIII pone sitio a la ciudad de las Hoces, Cuenca, la ciudad que tanto había maravillado al Califato por su belleza y
sus jardines colgantes, en enero de 1177.
El asedio fue largo, dando lugar a la tala de montes
que bordean la ciudad, cortando además todo intento de aprovisionamiento,
incluso de agua potable. Por fin, y después de nueve meses de sitio, el 21 de
septiembre, festividad de San Mateo, la ciudad capitula y el rey Alfonso VIII
toma posesión de la misma, incorporándola para siempre al reino de Castilla.
La ciudad de Cuenca contaría por entonces con una población aproximada de 800 habitantes,
pero el rey castellano quiso hacer de ella una ciudad importante, para lo cual
va a conseguir la creación de un nuevo Obispado, convirtiendo la mezquita en su
catedral, y sobre todo, uniendo por bula papal de Lucio III, los antiguos
obispados de Ercávica y Valeria, entre cuyos términos se extendería el nuevo
Obispado de Cuenca.
En pocos años quedará consumada la conquista de toda la Kora de Santaberiya o Kunca. Se llegará en 1183 a Moya por el oriente de la provincia, aunque habrá que
repoblarla en 1210 y por el sur se conquistará Alarcón dominando el curso del
Júcar, en el año 1184, de forma que, a la muerte de Alfonso VIII en 1214, puede
decirse que todo el territorio conquense es cristiano y además, castellano. De
todas formas, la victoria de las Navas de Tolosa en 1212 había cerrado, para
siempre, las incursiones e intentos de reconquista por parte de los musulmanes,
de toda la Meseta
castellana. Unos años después, en 1238 se tomaría Requena gracias al Arzobispo
Jiménez de Rada y el rey Fernando III el Santo.
La ciudad conquense por aquellos años, fue la capital
del reino de Alfonso VIII, sobre todo, por tomarla como residencia durante
bastante tiempo. Fruto de esa estancia será el nacimiento de su hijo
primogénito Fernando, el 29 de noviembre de 1189 que no llegará a reinar por su
prematura muerte. La propia esposa del rey, doña Leonor de Plantagenet iniciará
las obras de la catedral conquense y un año después, se formulará el famoso
Fuero de Cuenca, leyes que serán de capital importancia en el
ordenamiento jurídico de todo el reino. (9)
La existencia de judíos en la ciudad de Cuenca durante el dominio musulmán y en los siglos XII y XIII, está
constatada documentalmente y así lo deja manifestado el propio Fuero de la
ciudad.
La concesión del Fuero de Cuenca o Forum Conche tardó unos pocos años después de su entrada en la
ciudad. Aunque no figura en los Códices la fecha de la concesión, Ureña
argumenta con rigor cuándo pudo ser, sobre todo, en base a los estudios
lingüísticos del mismo. Según cita, pudo ser entre el veintinueve de noviembre
de mil ciento ochenta y nueve y el dieciséis de enero de mil ciento noventa;
incluso indica como el más probable el mes de diciembre de mil ciento ochenta y
nueve
Los destinarios son los habitantes de Cuenca y sus sucesores, tal como aparece redactado, a quienes les concede
esta “suma de dignidad y prerrogativa de libertad “con serena y complacida
mirada”. Lo hace, para que se ventilen todos los litigios que puedan surgir
entre “los ciudadanos y los habitantes o moradores”, “con arreglo a las leyes
escritas y el uso de la costumbre”, “en pro de la salvaguarda de la paz y del
derecho de la equidad entre el clérigo y el seglar, entre el ciudadano y el
campesino, entre el necesitado y el pobre”, de ahí, que el cuerpo social al que
va dirigido esté formado por todos y cada uno de sus habitantes: ciudadanos,
moradores, nuevos pobladores, judíos, cristianos, moros, caballeros,
campesinos, señores, criados, siervos, artesanos, comerciantes, etc.
A partir del momento en que se produjo la conquista de
la ciudad por el rey Alfonso, después de ese largo y complicado asedio, fue
preciso reglamentar la vida urbana, como se ha dicho anteriormente. Igualmente,
el reparto del suelo recien conquistado en heredades que cultivar y, por encima
de todo, seguir cumpliendo la misión defensiva, avanzadilla entonces frente a
los musulmanes y límite a un tiempo del territorio aragonés que, merced a su
inexpugnable asentamiento, tenían encomendada los habitantes de Cuenca.
Ya la primera descripción conservada de la ciudad hace
hincapié en el aspecto ganadero como base de su riqueza y motor de su
expansión, convertida en un importante centro organizador de la trashumancia a
lo largo y ancho de su extensa “tierra”, y en esta línea de interés por la
protección de tales rutas frecuentadas estacionalmente es donde ha de situarse
la concesión hecha por el mismo rey conquistador a los obispos conquenses en
1187, tan pronto se puso en marcha el aparato institucional diocesano, de los
castillos de Monteagudo de las Salinas y Paracuellos de la Vega, castillos
ambos, situados en la vertiente levantina de la tierra conquense, dentro del
paso de su principal Cañada ganadera trashumante, zona por tanto de tránsito
hacia los pastos de invierno y de retorno de ellos, sin olvidar el importante
aprovechamiento salinero de la primera población citada. De esta manera se
involucraba al Obispado, recién creado, en la política emancipadora y
repobladora llevada a cabo por el propio monarca.
Vida urbana y vida económica, de continuo sometidas al
permanente riesgo de la frontera, hicieron de la milicia concejil una de las
instituciones verdaderamente trascendentes para la paz y la seguridad de la
ciudad, así como de todas las poblaciones próximas a la misma y que formaban
parte de su extenso alfoz.
El Fuero, por tanto, dejaba perfilada una peculiar
organización económica y militar, de signo netamente ganadero en muchos de sus
aspectos, favorecida indudablemente por las peculiares características del
espacio natural, llevando incluso a numerosos conflictos fronterizos con
Aragón.
Para la convivencia urbana dentro de la ciudad el
propio Fuero estableció disposiciones legales que se ajustaban a las demandas
de las propias comunidades. Sin embargo, muchas de ellas no fueron siempre bien
vistas por los cristianos o, incluso, por los propios componentes de las
minorías judía y mudéjar.
Respecto a los judíos, el Fuero establecerá una serie
de normas definidas y adaptadas de enorme trascendencia, sobre todo, para conocer
aspectos de uso común y consideración legal para una minoría, altamente
relevante por su condición económica y su implicación social y religiosa.
Exponemos aquí los artículos del mismo cuya norma va dirigida directamente a
esta minoría:
Capítulo I, artículo 10: “Concedo también
la prerrogativa de no pagar montazgo ni portazgo en ningún sitio desde el Tajo
hasta acá, sea de la condición que sea, esto es, cristiano, moro o judío, libre
o siervo, venga con seguridad y no responda nadie por razón de enemistad,
deuda, fianza, herencia, mayordomía, merindad ni de cualquier otra cosa que
haya hecho antes de la conquista de Cuenca…”
Capítulo I, artículo 17: “Que ni vecino
ni judío sean portazgueros ni merinos.”
Capítulo II, artículo 32: “Los hombres
vayan al baño público los martes, jueves y sábado. Las mujeres vayan el lunes y
miércoles. Los judíos, el viernes y el domingo…
Si un cristiano entra en el baño en los
días que corresponden a los judíos, o un judío en los días que correspondan a
los cristianos, y allí hieren o matan los judíos a un cristiano, o los
cristianos a un judío, no haya por esto pena alguna.”
Capítulo XXIX, artículo 1. “Los pleitos
entre cristianos y judíos. Si un judío y un cristiano pleitean por algo,
designen dos alcaldes vecinos, uno de los cuales sea cristiano y el otro judío.
Si a alguno de los litigantes no le agrada su sentencia, apele a cuatro
alcaldes vecinos, dos de los cuales sean cristianos y dos judíos. Su juicio
tenga fín en estos cuatro. El que apele desde estos cuatros, sepa que perderá
el pleito. Estos alcaldes procuren no juzgarles otra cosa que lo que preceptúa
el Fuero de Cuenca.”
Capítulo XXIX, artículo 2. “Los testigos
entre un judío y un cristiano. Los testigos sean dos vecinos, uno cristiano y
otro judío, y todas las cosas que sean negadas, por testimonio de éstos sean
confirmadas y creídas. Cualquiera que deba atestiguar hágalo sobre el doble de
las prendas o sobre su pie, según el Fuero de Cuenca. Si es el cristiano el que pone su pie y resulta vencido en el pleito,
el Juez téngalo puesto en la cárcel del Rey hasta que pague.”
Capítulo XXIX, artículo 3. “El judío
atestigua que el preso está fuera de la cárcel, el Juez póngalo en poder del
judío hasta que pague. Asimismo si es el judío el que pone el pie y es vencido
en el pleito, el que sea albedí- juez judío como dignitiario
de cancillería que puede traducirse con el nombre de “decisor jurídico”-
téngalo preso en la cárcel del Rey.”
Capítulo XXIX, artículo 4. “El cristiano
que atestigue que su deudor está fuera de la cárcel. Si es el cristiano el que
atestigua que el preso está fuera de la cárcel, el albedí métalo en la prisión
del crisitano, de donde no salga hasta que pague.”
Capítulo XXIX, artículo 5. “El testimonio
por entrega de prensas. Aquel que, sea cristiano o judío, sobre testigos
entregue el doble de prensas y no las retier en el plazo de neuve días,
piérdalas totalmente.”
Capítulo XXIX, artículo 6. “Si el albedí
no quiere hacer justicia. Que pague al Juez diez maravedíes y, además, el
demandante tome impunemente como prendas, lo que pueda coger de las cosas de
los judíos fuera de la almacería –que es el conjunto de tiendas pertenecientes
al Rey y alquiladas a los mercaderes judíos-. El Juez reparta los antedichos
diez maravedíes con el demandante.”
Capítulo XXIX, artículo 7. “El Juez que
no quiera hacer justicia, pues que sea el que pague al albedí diez maravedíes
y, además, tome el judío como prendas todo lo que pueda coger de las cosas de
los cristianos.”
Capítulo XXIX, artículo 8. “La toma de
prendas entre judíos y cristianos. Si un cristiano no quiere dar satisfacción
jurídica a un demandante judío éste tome prendas en casas del cristiano con un
vecino cualquiera, como preceptúa el Fuero de Cuenca. Y si el judío es vecino que tenga bienes raíces, guarde las prendas;
si no es vecino que tenga bienes raíces, guárdelas aquel vecino con quien las
haya tomado. Si el judío no quiere nombrar alcaldes, el cristiano tome las
prendas en casa del judío con cualquier vecino judío y guarde las prendas el
cristianso, si es vecino que tenga bienes raíces en la villa; si no es vecino
que tenga bienes raíces guárdelas el judío con quien las haya tomado. “
Capítulo XXIX, artículo 9. “El que
entregue las prendas sin orden de demandante”
Capítulo XXIX, artículo 10. “El vecino
que no quiera tomar prendas con un judío.”
Capítulo XXIX, arículo 11. “El judío que
no quiera tomar prendas con un cristiano”
Capítulo XXIX, artículo 12. “El cristiano
que impida la toma de prendas.”
Capítulo XXIX, artículo 13. “El judío que
impida la toma de prendas.”
Capítulo XXIX, artículo 14. “El Juez que
no quiera tomar prendas con un judío.”
Capítulo XXIX, artículo 15. “El albedí
que no quiera tomar prendas con un cristiano.”
Capítulo XXIX, artículo 16. “El lugar y
hora de los judíos. Los pleitos entre judíos y cristianos sean ante la puerta
de la almacería y no de la sinagoga. La hora de las sesiones del tribunal sea
desde la terminación de la misa matutina en la Iglesia Catedral hasta la tercia. Cuando toquen a tercia, terminen los
juicios. El que no se presente ante el tribunal, pierda el pleito. “
Capítulo XXIX, artículo 17. “El juramento
del judío y cristiano. Por toda demanda, sea de cristiano o sea de judío, hasta
un valor de cuatro mencales, el cristiano jure sin la Cruz y el judío sin la Athora –se refiera a la Torá, Thora: Ley de Moisés o Libro de la Ley Judía-. Y si
alguno de los dos no quieren jurar, pierdan el pleito.”
Capítulo XXIX, artículo 18. “Los acuerdos
entre judíos cristianos.”
Capítulo XXIX, artículo 19. “Los
convenios entre judíos y cristianos”
Capítulo XXIX, artículo 20. “El dinero
del préstamo.”
Capítulo XXIX, artículo 21. “El judío que
ponga en venta las prendas de un cristiano.”
Capítulo XXIX, artículo 22. “El dinero
duplicado de las prendas.”
Capítulo XXIX, artículo 23. “El cristiano
que queira vender sus prendas al judío.”
Capítulo XXIX, artículo 24. “El juramento
del judío sobre las prendas.”
Capítulo XXIX, artículo 25. “Si el
cristiano no quiere atestiguar en un juicio contra judío.”
Capítulo XXIX, artículo 26. “Que los
judíos y los critianos tengan las citas judiciales al mismo tiempo.”
Capítulo XXIX, artículo 27. “Que sena
vecinos que los que atestiguan en causa entre cristiano y judío.”
Capítulo
XXIX, artículo 28.- “Que los testigos de cristiano y judío no respondan
al reto. “
Capítulo XXIX, artículo 29. “Que nadie
saque de las ciudad armas para venderlas.”
Capítulo XXIX, atículo 30. “La sentencia
que se de en el tribunal al cristiano y al judío.”
Capítulo XXIX, artículo 31. “Las prendas
que el judío no quiera mostrar.”
Capítulo XXIX, artículo 32. “El cristiano
que hiera o mate a un judío. El que lo haga deberá de pagar quinientos sueldos
al Rey, si puede probarse, como preceptúa el Fuero entre judío y crisitano.
Pero si no, por heridas, sálvese con dos de cuatro designados y por muerte, con
doce vecinos, y sea creido. Si es el judío el que hiere o mata a un cristiano,
pague la pena del delito que haya cometido, si puede probarse, según el Fuero
de Cuenca. Pero si no, por heridas, sálvese con dos de cuatro
judíos designados y sea creído; por muerte, sálvese con doce vecinos judíos y
sea creído.”
Capítulo XXIX, artículo 33. “Que toda la
pena pecuniaria de un judío sea del Rey y no del otro.” (112)
Desde los primeros años de gobierno castellano en la
ciudad de Cuenca y su alfoz, ya aparecen disposiciones reales
referidas a la población judía en esta tierra.
Siguiendo en el reinado de Alfonso VIII y los primeros
obispos de la recién creada diócesis de Cuenca por el rey castellano, Muñoz y Soliva, (128) nos cita que en tiempos
del prelado San Julián, nombrado en el 1196 al morir Juan Yañez, “los sábados,
días festivos de los judíos, el santo prelado les dirigía la palabra y al
verles pertenecer a la secta de Sadoc, introducida en España por el año 800 por
Rabí Anann y su hijo Rabí Saul, les inducía a la conversión en la religión
verdadera de Dios…”
El mismo historiador (129), amparado en muchos casos
en dudosa documentación, durante el mandato del prelado D. Mateo Reinal, sexto
Obispo de la sede de Cuenca, por el año de 1250, también alude que, en el barrio del Alcázar, donde se
encontraba este edificio junto a otros, de elevados y robustos muros,
escondidos detrás de las casas de las Zapaterías, y cuyas almenas y torres
descuellan por encima de los tejados de la plazuela del Carmen: los formidables
riscos que sirven de cimientos y habitaciones en las Zapaterías; la prodigiosa
y casi vertical altura de la cuesta de la Callejuela y riscos
sobre que descansa La Merced y el trozo
de muralla que se descubre debajo del Carmen a media cuesta, no dejan lugar a
duda. Añadamos que no existían esas casas que debajo de la calle a la parte de
San Martín tienen seis o siete altos o pisos: que no existen desde San Juan a
la plaza Mayor barrios a la parte del Huécar y desde la orilla de este río
podemos conocer, cuan inaccesible era este frente del alcázar.
Su puerta
principal daba a las Zapaterías, no en los tres arcos que a ocho o más varas de
elevación se ven colgados y tapiados en la casa del marqués de Cañete, y sí en
la obstruída bajada Puerta de la Judería, y quizá de
haber morado los judíos conquenses este barrio venga la tradición de que la
iglesia parroquial de Santa María, la última
que se construyó en esta ciudad, fue Sinagoga de judíos.
Tal es así que durante el reinado de Alfonso X se
emanaron diferentes Cartas y privilegios:
“En marzo de 1253, desde Sevilla, hay una Carta
abierta del rey Alfonso X por la cual manda que los que prestan dinero a usura
no cobren más que la cantidad por él establecida”.
En las notas del archivo al dorso del mismo documento
(121), en letra del siglo XV, aparece escrito “sobre las usuras de los judíos,
en 1293”; igualmente, en letra del siglo XVIII se cita “que
los judíos no pudieran llevar más premio que de tres a quatro”
En el citado documento dice el rey:
Sepades
que por grandes querellas que finieron al rey, mío padre, en so vida, et de sí
a mí, …grandes et menoscabos et perdidas que recibían por las grandes usuras
que faisán los judíos, et pidieronme merct para que yo que les faziese merced e
por que ellos no fuesen tan mal caydios ni tan perdidosos.
Otro importante documento que hace clara referencia a
los judíos es el que emanó la cancillería real del propio Alfonso X desde
Atienza, en agosto de 1257 (122), por el que el rey “regula, a petición del
concejo de Cuenca, el nombramiento del almotacén y sus competencias, al
igual que las competencias del escribano del concejo para otorgar escrituras a
los judíos y el arancel de sus derechos, y sobre las deudas entre cristianos y
judíos”:
E
otrossí que los judíos que fazíen carta sobre los cristianos en razón de sus
deudas, con grandes penas e con grandes agraviamientos por o recibian muchos
dannos e muy desaguisados, e que el entregador de las deudas que tomava más que
no manda su fuero. E otrossí, mostravan que eran fechas de quatro annos e más
contra los cristianos sobre sus deudas que se fueron demandas de aquellos
quatro annos…
…e
aquel almotacén cate todos los pesos si son derechos, e todas las medidas de
villa e de aldeas, por o compran o vendencristianos e moros e judíos, e si
fallare que alguno tiene peso falso o medida, lieve del la calonna que manda el
fuero…
…e
mandamos que el escribano de concejo faga las cartas de los judíos assí como
dize la nuestra nota quel diemos sellada con nuestro sello, e mayor pena non
ponga en ninguna carta e si la pusiere, no vala.
Igualmente, para todo el reino de Castilla, muchas
fueron las normas que regulaban la convivencia entre cristianos y judíos. En el
Archivo Municipal de Cuenca, aparece el Privilegio rodado de Fernando IV, firmado
en Medina del Campo, el 8 de junio de 1305 (123), por el que “se exime a los
concejos de las ciudades e villas del reino de los yantares y otras exenciones,
así como también el cumplimento de que no sean recaudadores de tributos los
judíos”
Otrosí,
a lo que nos pidieron que non sean judíos cogedores nin sobre cogedores de los
nuestros pechos en las sus villas e logares, tenémoslo por bien e mandamos que
non lo sean.
Aunque no son muy numerosas las disposiciones emanadas
en la primera parte de funcionamiento del Concejo recién instaurado, sí
quedarán bien reflejadas en las disposiciones del Fuero.
El primer ordenamiento que aparece en el Archivo
Catedralicio data de 1280 cuando el concejo estableció los derechos que
devengaría el uso del sello municipal.
El 18 de septiembre de 1318 hay una Carta de Avenencia
(124) “entre el Concejo y la Aljama de Cuenca sobre el
interés que pueden llevar los judíos que prestan a usura.”
Et
según el Rey manda por su ordenamiento e dize que los judíos que dieren oscura
que non den más de a tres por quatro al anno, salvo sis abinieran con los
concejos a do son moradores…
Et
sobresta razón abenímosnos con vos, el aljama de los judíos desta ciudad, en
tal manera que el judío o la judía que dieren a osrrura a cualquier cristiano o
cristiana de la dicha ciudad, o de las aldeas de nuestro término, que de cient
maravedíes por cuarenta maravedíes de ganacia al anno, et non más, et a ese
cuento commo montaren los dineros donde ayuso o dende arriba, et que ganen al
coto del rey a tres o quatro al anno del plazo adelant…
Otrossí,
que el judío o judía que non sean tenudos de tener la peyndra más de doss
annos, si quisier, et si la vender quisier a cabo de los doss annos, que le
faga testimonio a su señor et que le venda et que non ge la pueda demandar al
judío en ningún tiempo; pero si pagado de su cabdal et ganacia algo fincare,
que lo de luego a su señor…
Otrossí,
si alguno testeguare las peyndras que el judío o la judía dieren a vender
diziendo quel fueron furtadas o que se le finieron menos de su casa o de su
poder, el judío o la judía prueve quel fueron empeñadas, et quien ge las
enpenno o den manifiesto a quien ge las enpenno, et sea quito…
Otrossí,
que el judío o la judía que dieren pan al ccristiano o a la cristiana que de el
kaiz por quatro almudes de ganancia, et non más, et si lo más dieren que pechen
la pena sobredicha…
El 17 de abril de 1326 se firma otra Carta de Avenencia entre la Aljama de los Judíos y el Concejo de Cuenca sobre “la cantidad de interés que han de llevar los judíos en sus
préstamos, dando a dicho acuerdo una vigencia de 10 años “ (125)
En el mismo legajo aparece también fechado en 1364 una
Carta de Concordia y con el número 4
“Alianza entre el concejo de Cuenca y los
judíos, en el modo de prestar éstos dinero a los cristianos y ganacia que
podrían llevar por ello al año”.
Sepan
quantos esta carta vieren commo nos el alarma de los judíos de Cuenca, todos
abenidos et de buena voluntad, otorgoamos que commo quier que nos fiziemos
abenecia et postura con vos, el concejo desta ciudad de Cuenca, en razón de
commo pasásemos con vos en la debdas et en los pennos, de la qual abenencia et
postura es el traslado Della este que se sigue:
Et
otrossí, por razón del agravio que deziedes que algunos de vos recibien en que
algunos judíos que les davan los dineros en cartas o en los acotamientos a más
de cuarenta maravedíes por el ciento de ganacia al anno, ponemos que todas las
cartas e acotamientos que fiezieren de oy, siendo aquella demasía que tomó
doblada, la mytad paral que finiere la jura, et la otra mentad que la partamos
nos, el Alabama con vos el dicho concejo.
En este documento aparecen referenciados muchos de los
judíos importantes de la ciudad, entre los que destacarán dos familias: los
Cohen y los Molina:
Et
nos, el aljama de los judíos de Cuenca, rogamos a
don Yehuda el Cohen et a don David, su hermano, et a don Mosse, fijo de don Cag
el Cohen et a don Abraham de Molina et a don Simuel Destella, et a don
Bienveniste de Molina eta a don Yucaff el Leví et a don Abraham Aben Fraciel et
a don Yucaff, fijo de don Salamón de Molina, et a don Cag, nuestro escribano,
que las robrassen con sus nombres. La una que tenga el nuestro juez que tiene
las fialdades, et la otra que tengamos nos, la dicha aljama.
El 8 de mayo de 1335, firmada en Valladolid, hay una
Carta plomada de Alfonso XI “por la que se renuncia a petición de los
procuradores del Concejo de Cuenca, a tener para si las entregas de los judíos” (126):
Que para
poner en mantenimiento de la nuestra flota de la mar, enviásemos mandar e
fizziéssedes recudir con las entregas a Juan Alvarez de Vanos, vuestro
escribano y evos embiastes a Gómez de Agonciello e a Yennego Fernández de
Granaciello e a pero Pérez de Barrionuevo, vuestros procuradores…
El 25 de septiembre de 1352 firmada en Soria, hay una
Carta plomada confirmatoria de Pedro I, a petición de los caballeros y
escuderos de la ciudad de Cuenca, de la de Alfonso XII en la qu renunciaba a tener
para sí la entrega de los judíos. (125)
Con el XVI Obispo de Cuenca, Don Fernando (130), natural de Soria, allá por el 17 se abril de
1364, tuvo lugar en esta ciudad entre judíos y cristianos un convenio que
acredita, una vez más, el apotgma de
Alfonso X el Sabio “todo obedece al dinero”.
El Fuero de Cuenca, reformado por el rey Sancho IV, en el artículo relativo a las
cantidades que podían dar a rédito los judíos y al premio que tenían derecho a
exigir, se expresa de esta manera: El
judío que diere el logro, que non de más de tres florines (equivalente a un
real de a ocho) por cuatro al cabo del año, e sin más diere que peche el logro doblado.
Este convenio como se encuentra en el Libro del
Becerro de esta ciudad, dice también así, “Avenencia que la aljama de los
judíos de Cuenca hizo con la ciudad, para que puedan dar y tomar
dinero a logro con los cristianos; que es lo que los dichos judíos de Cuenca han de ganar por lo que dieren y establecen puedan llevar de interés
un cuarenta por ciento al año, no más; y del plazo adelante que ganen al coto
del Rey de tres por cuatro al año; y recibiendo prendas que lleven maravedí por
una meaja (valía la sexta parte de un maravedí)”.
Durante el mandato de este obispo se producirían los
altercados dramáticos conta las aljamas (año 1391), en este caso, en la de Cuenca, con la muerte de una elevada parte de la población y la huída de la
mayor parte de los supervivientes a la matanza e incendio.
El 15 de mayo de 1408, firmada en Guadalajara (127)
hay una Provisión Real de Juan II “por la que nombra a Alfonso Fernández juez
en el pleito entre María Rodríguez y el Concejo de Cuenca sobre el cobro del pecho de la cabeza de judíos.”
Sepades
que María Rodríguez Mexía, mujer de Alfonso
Yannez Fajardo, mi vasallo, vezino de la ciudad de Murcia, se me embió
querellar e dize que el rey don Enrique, mi bisabuelo, que fizo merece a Teresa Gómez de
Albornoz, su madre, mujer que fue de Pedro Martínez de Hereida, de los cinco
mil maravedíes que el dicho Pedro, su marido, avia en la cabeza de pecho de los
judíos de la ciudad de Cuenca, e mando que
hubiese en cada ano e lo que Della viniesen por juro de heredat para siempre
jamás…
El 13 de julio de 1414, firmado en Rámaga está la
sentencia de la citada demanda anterior, firmada por el rey Juan II, reclamando
al concejo de Cuenca, la tal María Rodríguez el pago de 5.000 maravedíes a los que creía tener derecho
por juro de heredad en la cabeza de pecho de los judíos.
En el año 1473, hay un documento municipal “sobre
rendición de Cuentas de Abraham Bienvenido”, en el que se especifica cómo se
han de tomar las mimas. El citado judío es uno de los miembros más importantes
de la Aljama conquense. (AMC Leg. 1498, exp. 4)
Los judíos, al huir del sur al norte de España,
salvaron la vida sin darse cuenta, desde luego, de que estaban fundando unas
comunidades que habían de tener larga vida. Las esperanzas mesiánicas, que con
las guerras de los cruzados se habían avivado de cuando en cuando, volvieron a
inflamarse con la conquista de Tierra Santa por el sultán Saladino. Pero estas esperanzas se vieron nuevamente defraudadas y la Diáspora occidental se quedó sola, sumergida en su
aislamiento, como antes. En los florecientes estados de la España cristiana, una vez recuperados al Islam, los judíos
serán un valioso agente colonizador, como puede deducirse del análisis de la
política de los propios príncipes cristianos en las ciudades reconquistadas.
La actividad política del pueblo judío hacía siglos
que estaba coartada por la esperanza de la Redención, que escapa a los límites humanos y sólo depende de los cielos. Contribuyó además
a mantener más fácilmente tal limitación la incapacidad general que para
resolver los grandes problemas políticos caracteriza al hombre del Medievo. Los
contemporáneos de Yehudá Haleví no compartieron las ideas de este gran pensador
y buena parte de ellos prefirieron procurarse nuevas posiciones en la corte de
los reyes cristianos. Más tarde los veremos también en los judeoconversos de Cuenca, en relación a la Corte castellana del siglo XV.
Es difícil de precisar hasta qué punto los judíos de
la segunda mitad de este siglo XII se daban cuenta de los enormes cambios que
había experimentado su mundo vital de doscientos años a esta parte. El hombre
en general, y el hombre medieval en particular, tendia a ver las condiciones de
vida que se habían ido formando y cristalizando en su tiempo y ante sus ojos
como si siempre hubieran sido así y nunca distintas.
Ciertamente el judío español culto, que leía la poesía
hebrea de la pasada época de esplendor, tenía forzosamente que advertir que de
hecho el antiguo orden se había transformado de un modo total y que los
cimientos en que se asentaba la vida de sus antecesores se había derrumbado.
Además todos los judíos llevaban en su corazón el recuerdo de la independencia
nacional en la tierra de Israel. Por otra parte, ni siquiera el hombre más
humilde, el que no abrigaba sueños políticos sino que se limitaba a vivir en la
sencilla fe de la Edad Media, podía dejar de ver que ante su generación se abría una importante
tarea en la orientación social y religiosa de la población hispanojudía.
Por su estructura socioeconómica, los judíos se
diferenciaban de las poblaciones cristiana y musulmana. Todavía no se habían
desligado completamente de la tierra, pero, sin embargo, no en todos los
aspectos eran semejantes a sus convecinos de las otras religiones, que en su
mayoría eran labradores puros.
Ésta y otras razones determinaron que las condiciones
en que se establecieron los judíos en las ciudades cristianas de España no iban
a ser diferentes en esencia de las que caracterizaron la formación de las
comunidades judías en las ciudades de Alemania o de los demás países europeos.
En algún caso, como Barcelona, el barrio judío estaba en el centro de la
ciudad; en Toledo, por ejemplo, vivían dentro de las murallas, en un gran
castro asentado sobre una de las laderas; en Tudela el barrio judío fue
trasladado al castillo en 1170 y, en Burgos, también serían llevados al
castillo donde, según se cita en la historia, tuvo el Cid su encuentro con
mercaderes judíos para recaudar fondos para la lucha contra el Islam.
Los barrios judíos formaban parte de la ciudad y se
situaban intramuros y tenían sus propias murallas para la defensa interna de
sus bienes, integridad e intereses. Las juderías formaban un hito propio dentro
del paisaje urbano y eran percibidas espacialmente como auténticas fortalezas
dado que disponían de sus propios bastiones.
En Cuenca, el área de Mangana era denominada “Barrio del
Alcázar”, pero no es el Alcázar Real lo que se nombra –aquel estaba en el
Castillo-, sino una Judería fortificada, un “Alcázar de Judíos”. Este sector es
un hito en el paisaje urbano, sería percibido como una sólida unidad amurallada
y, por ello, recibiría un nombre –alcázar- acorde con la sensación que
transmitía a los conquenses que lo admiraban.
La Judería existe bien definida espacial y
jurídicamente en los primeros años de dominación cristiana de cuenca y luego,
según “el Repartimiento de Huete” de 1290 –ya citado- la urbe termina siendo la
cuarta villa castellana en número de judíos (AHP. Cu-46 y 47)
Gracias a los controles arqueológicos –según el
trabajo de los arqueólogos Miguel Ángel Muñoz y Santiago David- en la zona citada
tenemos bien acotada la muralla de la Judería:
-
La Plaza y Cuesta del Carmen.
-
Las viviendas de
la calle Alfonso VIII en su último tramo.
-
En el túnel del
convento de la Merced.
-
Tras el nuevo
parking –control arqueológico dirigido por Adela Muñoz Marquina-.
-
En el actual
Museo de las Ciencias.
-
En la calle del
Alcázar.
-
En la calle Mosén
Diego de Valera.
Sin embargo, no conocemos con exactitud la posición de
las puertas del recinto, que disponía de dos: la Fondonera y la Somera. El profesor Jiménez Monteserín las sitúa en la calle Mosén Diego de Valera e informa que a la Fondonera se le llamaría en el siglo XIV la “Ferrería”, por estar
en el lugar de las herrerías de los mudéjares conquenses y de que existía una
“Torre de los Perros” (IBAÑEZ, 2003).
Dentro destacaría la sinagoga, después Iglesia de la
parroquia de Santa María la Nueva, tras la expulsión de este grupo social.
Los ataques que hicieron útiles las murallas empezarán
en el siglo XIII, concretamente en 1288, momento en el que se incendiaron casas
y tiendas. Hacia 1388 se produce un nuevo ataque, el más intenso conocido hasta
entonces (SANCHEZ, 1997), y es cuando se suprime el barrio judío: la Inquisición ordena acabar con todos los epígrafes en hebreo en el
año 1489.
Ya posterior, y aunque no es el punto exacto de la
zona de la Judería que
nos interesa más, habiendo sido expulsados los judíos por los Reyes Católicos,
es la vista que desde el otro lado de la Hoz del Huécar realizó Wyngaerde en 1565, indicando que allí habían estado
ubicados –“sto groom-“ y muestra parte de las murallas, como casas sobre el
adarve de los judíos.
Coincidiendo con la represión de los judíos, Cuenca se erige como una de las principales ciudades de Castilla a las
puertas de la Edad Moderna. Agobiada por la creciente población por las
estrecheces de las hoces, empieza a “colgar” literalmente sus casas de las
murallas. Ya no eran útiles defensivamente, aunque sí para fines recaudatorios
y administrativos. Todos los segmentos de muralla, incluido
el recinto interno de la antigua Judería, se ven invadidos por casas de vecinos
corrientes y palacios de familias más pudientes, algunas de ellas, descendientes
de conversos. (131)
En Cuenca, ya lo hemos mencionado, estaban viviendo en el
centro de la ciudad vieja, en el llamado barrio del Alcázar, cerca del poder
musulmán y luego, con la conquista cristiana, pasarían a estar al lado de las
calles de la plaza Mayor o plaza del Mercado, abasteciendo con sus tiendas la
mercadería de la ciudad.
La contribución de los judíos al desarrollo de la
economía urbana en España no admite dudas. Las comunidades judías se fundaban o
se restauraban del mismo modo que se erigían los municipios cristianos y a la
vez que estos. Unas veces, la aljama se organizaba al principio en condiciones
de una total autarquía económica y en otras ocasiones los judíos participaban
desde el primer momento en la vida económica de los cristianos. (10)
Gracias a los padrones fiscales se sabe que las
diferentes aljamas tributaban a la corona de Castilla, de tal modo que a través
de ellos se ha podido establecer la importancia de éstas en el conjunto total
de las ciudades. Así, por ejemplo, sabemos, que la aljama más grande del reino,
con mucho, era la de Toledo a las que seguían Burgos y Cuenca; luego en menor importancia estaban Valladolid, Carrión y Ávila,
siendo las últimas en esa prelación, las de Segovia, Huete, Medina del Campo,
Guadalajara, Hita, etc.
Por tanto, la judería de Cuenca era de las más importantes de toda Castilla, emplazada en ese barrio
del Alcázar teniendo como límites físicos desde la Zapatería Vieja, donde se abría una puerta de todo su adarve, por la Alcaicería –actualmente sería la zona del Carmen-, la Correría que es la actual Alfonso VIII, la del Concejo Viejo y
Pellejería, hasta la hoz del Júcar, por
el exterior.
La Judería conquense fue sumamente notable en el siglo XIII.
Tras la conquista, el rey se preocupó de atraer a la ciudad pobladores, también
judíos, y en seguida les otorgó su notable Fuero, que serviría de modelo para
otras ciudades castellanas. Si bien, renovaba viejas prohibiciones como la de
vedarles el ocupar cargos, pero en general les equiparaba a los cristianos en
casi todas las ordenanzas sociales, otorgándoles absoluta libertad para
asentarse, comprar y vender sin restricciones y ejercer cualquier profesión.
Decía el citado Fuero:
Concedo
también a todos los pobladores esta prerrogativa: que cualquiera que venga a
vivir a Cuenca, sea de la
condición que sea, esto es, cristiano, moro o judío, libre o siervo, venga con
seguridad y no responda ante nade por razón de enemistad, deuda, fianza,
herencia, mayordomía, merindad ni de cualquier cosa que haya hecho antes de la
conquista de Cuenca. (Fuero de Cuenca. Capítulo 1,
ley 10)
Tal como nos dice el profesor José Luís Lacave,
documentos del siglo XIV nos informan de
ciertos judíos que hacían préstamos al municipio conquense con un interés del
40 %. En 1355 los partidarios de doña Blanca, la esposa repudiada por el rey
castellano Pedro I, la cual estuvo en Cuenca durante el conflicto dinástico, asaltaron y saquearon el barrio judío
de Cuenca, provocando numerosas muertes además de destrucción y
saqueo de muchas de las casas del barrio de la Zapatería Vieja.
En cuanto al número de individuos que habitasen la
judería de Cuenca, no existen documentos fidedignos que nos permitan
hablar de una cantidad cierta, pero debía de estar por debajo de las cien
familias, cota que tampoco superarían las juderías de enclaves con más dilatada
tradición como Segovia, Ávila o Carrión de los Condes. Ni siquiera el padrón
que mandara hacer Sancho IV en 1290 con las cantidades tributadas por las
juderías castellanas puede resultar un instrumento útil para averiguar la
demografía con certeza, tal vez, ajustándonos a sus datos, nos de una
aproximación permisible e incluso permita confrontarlos. (Este documento censal
recibe el nombre de Padrón de Huete, por ser ésta villa conquense la que ejecutó
la orden real. Es un importantísimo documento para contabilizar el número de
judíos en un determinado momento de su historia.) Así, los 70.882 maravedíes
que tributaba la aljama judía de Cuenca la
caracteriza como la más poblada de su obispado, muy por encima de las de Huete
y Uclés, que pechaban 46.680 y 28.514 maravedíes respectivamente (15)
En 1391, año de convulsión social en las revueltas
antijudías por todo lo largo y ancho del reino castellano, los judíos
conquenses sufrieron una tremenda persecución. Grupos de cristianos armados,
atacaron la judería, destruyendo la sinagoga, matando a un elevado número y
obligando a una conversión en masa de ellos. Se produjo un grave incendio que
destruyó numerosas viviendas judías.
Por tanto, todo induce a creer que la judería de Cuenca sucumbiese por completo bajo la fiebre antisemita que culminaría en
los primeros meses de ese citado 1391 a consecuencia de las encendidas prédicas del arcediano
de Écija, Ferrán Martínez, provisor del Arzobispado de Sevilla y apéndice más
visible de un contexto social, político y económico a punto de estallar que
escogió a los judíos como cabezas de turco del descontento general de todo el
reino. De Sevilla se propagarían los sucesos hacia el norte, pasando a Alcalá
de Guadaira, Córdoba y remontando el Guadalquivir, actuar en Andujar, Jaén,
Úbeda, Ciudad Real, Huete y Cuenca.
El convencimiento de que los judíos oficiales fueron
barridos de Cuenca después de estos trágicos sucesos y, que por tanto,
quedó su cementerio inutilizado para siempre, se extrae de toda una colección
de documentos –algunos de ellos citados anteriormente- del siglo siguiente que
nos permiten aclarar mucho esta situación. En uno de ellos, fechado en 1408, María Rodríguez Mexía, hija y heredera de Teresa Gómez de Albornoz, reclama al Concejo el pago de las anualidades
atrasadas y futuras de 5.000 maravedíes que la aljama de Cuenca estaba obligada a pagar a su madre en virtud de un privilegio
concedido por Enrique II, y que habrían sido puntualmente percibidas por ésta
hasta la citada fecha de 1391. La demandante acusa al Concejo de erigirse como
instigador del asalto a la judería:
“…a campana tañida e…que los fizo tornar cristianos a
la fuerza. “ (84)
En su defensa, el Concejo elude cualquier intervención
en los hechos y manifiesta que de ninguna manera puede hacerse responsable de
la libre conducta de algunos vecinos ni de los delitos que hubiera cometido y
que, en consecuencia, la reclamación de María Rodríguez era decididamente ilegítima. La justicia dio la razón al
Concejo. El impago de la cantidad anual de esos maravedíes corrobora todavía
más, la desaparición de la judería como grupo contributivo.
Está claro que éste no es el único testimonio que
podemos extraer de la documentación municipal, entendiendo las acusaciones al
Concejo como participe de tal asalto, incluso Amador de los Ríos en su obra nos
cita que en el Libro Becerro del Archivo Municipal de Cuenca hay constancia de que algunos
oficiales e decuriones de la Comunidad fueron en
robar e destroi a los judios cuando como personas poderosas e officiales de la
ciudad, lo podieran defender e emnbargar, en tal manera quel robo e fuerza non
se finiera a los dichos judíos. (85)
Un informe similar se repetirá trece años después, así como
numerosas referencias en algunos procesos inquisitoriales de finales de siglo
donde se recogen testimonios en idéntico sentido. En la relación de
contribuciones anuales de las juderías del arzobispado de Toledo a la Corona de Castilla para 1474 no figura la aljama de Cuenca y sí la de Uclés y Huete, con 2.000 y 5.700 maravedíes
respectivamente. Es un dato muy clarificador.
Destruida la sinagoga a causa de los sucesos de 1391,
fue transformada en templo cristiano bajo la advocación de Santa María la Nueva. Veinte años después, María Rodríguez Mexía volvía a reclamar –documento citado anteriormente-
ante el rey Juan II que el Concejo de Cuenca le debía de abonar los dineros que la aljama de judíos estaba obligada
a pagar a su madre por concesión real, alegando que miembros del Concejo habían
alentado y participado en el asalto a la judería. En 1403, la sinagoga, ahora
iglesia de Santa María la Nueva, fue erigida en parroquia precisamente para atender,
sobre todo, a los cristianos nuevos de judíos que seguían viviendo en su mismo
barrio. Parece cierto, por tanto, que es entonces cuando dejó de existir la
comunidad judía de Cuenca.
Hay un dato curioso bien documentado. Cuando en 1441
se pretendió cobrar el impuesto llamado cabeza de pecho de la aljama de judíos,
el Concejo respondió “que en el dicho pasado año ni de muy grant tiempo acá,
antes ni después, non avían morado ni moraban judíos algunos en la ciudad de Cuenca”. (11)
Dimas Pérez Ramírez hizo una profunda y rigurosa
investigación, localizando la sinagoga judía de Cuenca en el barrio del Alcázar, donde actualmente se están llevando a cabo
trabajos de prospección arqueológica. El jeroglífico de callejas, subidas y
bajadas, recovecos y accesos difíciles en su paso, conformarían el barrio más
singular de esta Judería que, en la actualidad, gira en torno a la llamada
plaza de Mangana.
En el mismo centro, en esa plazuela, estaría enclavada la sinagoga que, a raíz de los citados
sucesos de 1391 se convertiría en la parroquia de Santa María, iglesia que existiría hasta el 1912, momento en que sería derribada
al presentar peligro de hundimiento. Era un edificio de planta rectangular de
unos cincuenta metros de largo por diez de ancho, cubierto de madera y con una
inscripción hebrea que corría a lo largo de los muros interiores, inscripción
que fue tapada por un enlucido en 1489, cuando llegaron a Cuenca los primeros inquisidores una vez establecido el Tribunal del Santo
Oficio.
Cuando fue demolida la misma, se llevaron al Palacio
Episcopal, restos de aquel fragmento de yesería con inscripciones hebreas, con
letras de ocho centímetros y que contienen parte del Deuteronomio, 28, 8. (12)
Sobre la ubicación del fonsario de los judíos, es decir, su cementerio, hay estudios que
permiten establecer conclusiones muy certeras. En este caso, Diego Gómez en su obra de La muerte
edificada, nos ofrece datos muy aclaratorios de ello. Uno de los numerosos
documentos estudiados, tal vez, el más claro de todos es el firmado en 1484 y
que dice así:
“Este día dentro de las casas de Pero de Molina
receptor de la dicha ciudad estando en llegados a ver y negociar cosas de ella
nos honrados Juan Álvarez de Toledo, Iñigo Muela y Ferrando Valdés y Juan de
Chinchilla y Juan de Sacedón y Pero de Alcalá y Ferrando Bertrán, regidores de
la dicha ciudad, dijeron que por cuanto a su noticia era es venido que algunas
personas vecinas de la misma, no teniendo poder ni facultad ni mandos ni
licencia de ello, y sin título alguno habían entrado, tomado y ocupado lo llano
del honsario que es por encima de la Puerta de Valencia de la dicha ciudad como vía a Cabeza
Molina y lo habían arrompido públicamente por las plazas y mercados de la dicha
que ninguna ni alguna personas no fuesen ni san osadas de labrar ni arrompir en
el dicho honsario de los judíos, más antes lo abierto y ahoyando lo cubran y
tornen al estado que primeramente estaba.”
Está claro que en el texto aparece reflejado la
ubicación del mismo y ello nos lleva al planteamiento de que así fuera. En esa
misma acta que fue pregonada “a altas voces” como bien se decía en la misma
plaza de la Picota y en
la plazuela de Santo Domingo, aunque no se diga ni de quiénes ni de cuántos
judíos pudieran estar allí enterrados, es común, que una vez que fueran
expulsados por los acontecimientos de 1391 y asentados en otro lugar de la ciudad,
tal es el caso de algunas casas de Tiradores Bajos, el honsario de ellos
ocupara la parte aquí descrita, pues sin ser común estar al lado de sus casas
–costumbre judía-, sí lo era el no estar en espacios demasiado alejados.
Aquí se observa una demostración más de esa normativa
que los reyes aplicarían a la hora de permitir adquirir espacios de tierra para
vecinos cristianos, que antes hubieran formado parte de cementerios judíos o
musulmanes, pasando de esta manera a ser propiedad de jurisdicción concejil. La
usurpación por manos particulares era penada por la ley, ya que eran terrenos
que el municipio podría vender. En este caso aparece este pleito o denuncia al
procurador cuando apremia al juez Fernando Gómez de Herrera a que obligue a los
demandados a devolver a la ciudad la parcela apropiada. Eran los acusados Juan
López y Miguel de Segovia. La sentencia se resuelve a favor de Álvaro de Molina, procurador de la ciudad, en fecha de 1498. (17)
Todo esto nos hace pensar de que los terrenos del fonsario (honsario) de los judíos debían
de ser de buena calidad para ser tan demandados y máxime cuando se ve que el
tal Álvaro Molina había ampliado la parcela con más metros por
considerar ser un buen espacio dentro del Cerro de Molina para ubicar su
construcción.
Además nos deja bastante claro el lugar que ocuparía
el cementerio judío de Cuenca. Estaría emplazado sobre la puerta de Valencia, a un
lado del camino que, naciendo de ella, conducía a la cúspide del llamado Cerro
de Molina, anteriormente aludido. La denominación de Cabeza Molina, como
aparece documentada en varios escritos, confirma esa trayectoria ascendente del
mismo camino. El cementerio fue amojonado como parte de los ejidos de la ciudad
y en sus inmediaciones existían campos de viñas. Se podría observar en la vista
de Vingaerde como aparece el terreno dividido en bancales cuadrados o
rectangulares, los más de ellos, estriados por los arados y dedicados al
cultivo agrario.
Tras su amojonamiento por Diego de Arias de Anaya, el viejo cementerio judío de Cuenca fue incorporado a los egidos
públicos del Concejo de la ciudad. (18)
No hay duda, que en este siglo XIV, la ciudad
presentaba ciertos síntomas de pasividad, afectada por la crisis económica y
por los constantes enfrentamientos armados entre reinos y dentro de Castilla.
No podemos olvidar que la guerra civil, llamada en los anales históricos, la guerra de los Pedros, entre Enrique,
Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón, provocó muchos altercados,
enfrentamientos directos entre las tropas de ambos reinos y las destrucciones
fueron más que abundantes en Cuenca capital
y en gran parte de su provincia, especialmente en la zona limítrofe con Aragón.
En esos momentos, la judería conquense está ubicada en Correría, Barrio de
Pilares, San Martín, Zapatería Nueva, Ferrería y en la parte inferior hacia
Barrionuevo. Tal vez, esta amplia extensión en el espacio de la misma,
provocaría todavía más aversión de los propios cristianos hacia los judíos, ya
que éstas eran familias florecientes muchas de ellas, dedicadas al lucrativo
comercio de la lana y la artesanía.
La zona más alta de Cuenca, concretamente la collación
de San Pedro, parece haber iniciado por aquellos años, un proceso de retroceso
y despoblamiento que el profesor Sánchez Benito alude a la evolución económica
de esos momentos. El barrio de San Nicolás, por el contrario, mantiene su
desarrollo como zona residencial y actividad artesanal. La plaza de Santa María, es el punto neurálgico de la ciudad, aunque en las estrechas
callejuelas que forman su sistema radial y que cubren las espaldas de la misma,
se hacinasen familias de baja condición social.
San Miguel, era una collación casi aislada en cuanto
al tema de incidencia social en ese proceso expansivo y de desarrollo
comercial, mientras que las calles que unían tal parroquia con la propia plaza
del Mercado o plaza Mayor, mantenían el eje artesanal gracias a estar ocupadas
por las numerosas familias judías que residían en Cuenca. Ahí estaba Zapatería Vieja, continuando con Pellejería, Zapatería
Nueva, Concejo Viejo y Ferrería, sectores pujantes en aquellos momentos donde
reunían a los grupos artesanales. Hacia el río Huécar, por el contrario, San
Martín, comenzó a destacar como barrio dedicado a la horticultura a pesar de no
estar muy poblado, mientras que San Gil, San Andrés, El Salvador y Santo
Domingo, acogían a las familias cristianas más solventes en el comercio, a
excepción de las familias nobles que habían quedado en la calle de San Pedro.
Por último, San Juan es un barrio excesivamente pasivo
en su evolución, al igual que Postigo y Barrionuevo, collaciones más nuevas y
que empezaban por entonces a establecer su estructura urbana y económica, más
vinculadas al agro o al comercio y su desarrollo. (13)
Eran, por tanto, muchas las familias judías que
habitaban en la ciudad de Cuenca. Esta razón condicionaba los espacios urbanos y las
diferentes calles de ubicación. La plaza mayor o plaza de la Picota, como también se le denominase, era el punto
neurálgico de la ciudad histórica. Al lado, la calle Mayor por uno de sus
lados, mientras la calle Correría era la que determinaba la red vial principal
en ese lado meridional, con fuerte descenso en su recorrido. En esta vía, había
una gran casa propiedad de la familia Mendoza, apoyada contra los paramentos de
las antiguas murallas que abrazaban el barrio del Alcázar.
Hacia el oeste de la plaza Mayor, se ascendía por una
cuesta hasta la casa de la moneda, el palacio gótico de los Mendoza un poco más
arriba, flanqueado por dos torres rectangulares que finalizaban en chapiteles y
que luego pasaría a ser el convento de la Merced y continuaba por la calle de la Alcaicería, pegada al muro del alcázar, dando forma al perímetro
de la judería.
Desde allí, salía la calle Pellejería, la cual
concurría paralelamente con la anterior, luego la del Concejo Viejo y bajando
hasta la Zapatería Nueva que volvía hasta Correría además de una callejuela
llamada de Domingo Trillo. Quedaba al lado, la Ferrería y calle de los pellejeros. (111)
Las ciudades en época de la Reconquista se fundaron en su mayoría según el principio de la
igualdad de derechos para cristianos, judíos y musulmanes; bien entendido que
la igualdad de los derechos era para los miembros de las diferentes comunidades
religioso-nacionales como tales miembros, y no como ciudadanos de un Estado
común a todos. Las distintas comunidades eran entidades políticas separadas. Se
nombraba un oficial de estado para todo lo referente a la comunidad judía, la lajaza. Ésta pagaba al tesoro real los
impuestos especiales y gozaba de autonomía administrativa y judicial. Los derechos especiales de la aljama se
consignaban en los privilegios que ya en el siglo XI se otorgaban a los judíos.
Al principio estos documentos se limitaban a fijar las relaciones jurídicas
entre judíos y cristianos o también entre judíos y musulmanes. Estas
disposiciones se incluyeron asimismo en los fueros que sus fundadores daban a
las ciudades. Así sucedió en Cuenca, donde
su Fuero establecía todas las disposiciones ejemplares para la pacífica
convivencia.
En cuanto a los posibles y comunes pleitos entre
judíos y cristianos, ambas comunidades estaban obligadas a probar cualquier
demanda judicial por medio de testigos. Cada comunidad tenía su oficial
ejecutor, con poder para embargar los bienes de la parte contraria como
garantía de los derechos de la suya. Esta función la desempeñaba para los
cristianos el judex (juez del
municipio) y para los judíos una especia de policía bajo el nombre de albeadin o alvedi. No se celebraban
juicios ni en la fiesta cristiana ni en las fiestas o sábados (Sabbat) judíos.
(14)
El hecho de que en poder de los judíos estuviese en Cuenca, al igual que en el resto de las Juderías castellanas, la mayor parte
del dinero, concitaba contra ellos el odio y la envidia de los cristianos.
Sancho IV el Bravo dio en 1285 un privilegio de reforma del Fuero de la ciudad
a petición de la misma; se considera el documento, firmado en Burgos el 24 de
mayo de ese año, como una verdadera “Carta de Mejoría”:
Dispone el
rey que el interés por los préstamos de dinero, que los judíos hacían, se
redujese al 34 % anual y que además ningún cristiano pudiese ser metido en
prisión por sus deudas.
Pronto se cerrarían las arcas de los judíos. Los
vecinos conquenses obligaron al concejo de la ciudad a que hiciera un convenio
con los judíos elevando el interés al 40 por ciento, aparte de otras
concesiones no menos importantes. El nuevo documento, firmado en Cuenca el 17 de abril de 1326, “hizo que la reforma de don Sancho se hincase
de rodillas ante las arcas de los judíos.” (78)
Varios documentos de los siglos XIV y XV nos hablan de
la importancia relativa de la aljama de Cuenca, al consignar sus contribuciones al fisco, por ejemplo “Carta a las
aljamas del obispado de Cuenca, repartiendo las cantidades que les corresponden del
servicio de 18.000 castellanos, dada en Córdoba a 28 de abril de 1485.” (77)
Después de los sucesos trágicos de 1391 y su
consumación en 1403, los datos que nos aportan los procesos inquisitoriales
indican que la mayor parte de la población judía de Cuenca que no fue violentada con la muerte, debió de recibir el bautismo,
pues, aunque nos dan abundantes nombres de conversos y judaizantes, apenas si
podemos señalar el nombre de algún judío, excepto los de don Symuel o don Rabí
Harón, médicos de la ciudad, aunque procedentes de la aljama de Huete, lo mismo
que el judío Mosé, que en 1468 contrataba con el concejo de Cuenca el suministro de carnes. (118)
En base a lo dicho, en el siglo XV, la judería
conquense no existe como tal. Según los documentos hallados, en 1427 el
recaudador de la cabeza de pecho de los judíos no pudo encontrar a nadie sobre
quien percibir el impuesto, aunque los contadores mayores del rey le habían
cargado 20.000 maravedíes por este concepto fiscal. Al pretender información al año siguiente sobre el verdadero volumen de la población
hebrea conquense, el concejo certificó su completa inexistencia (86). Tiempo
después, en 1441, volvió a repetirse idéntica situación y de nuevo los
regidores reiteraron de manera tajante que desde muchos años antes no había
ninguno en la ciudad: “Público y notorio es que en el dicho pasado año de 1440,
ni de muy grand tiempo acá antes ni después, non avían ni moravan judíos
algunos en la dicha cibdad de Cuenca”. (87)
(Se trata de la respuesta que da el concejo de Cuenca al recaudador Diego Sánchez de Madrid, el cual pretendía cobrar diez mil
maravedíes de moneda vieja de la aljama de los judíos de esta ciudad)
A continuación, varios testigos vinieron a confirmarlo
(88). Cuarenta años más tarde, las cosas permanecerían exactamente igual (89),
a pesar de lo cual se prohibía formalmente a los seguidores de la creencia
mosaica su estancia en Cuenca más allá de tres días. (90)
Ante la completa desaparición de estas gentes y del
espacio físico de su residencia, el cementerio quedó igualmente abandonado, tal
como hemos dicho anteriormente, y desaparecerán los censos de judíos dentro de
la elaboración concejil del momento.
Juderías
o comunidades hebreas,
de
la provincia de Cuenca.
No serían muchas las juderías en la actual provincia
de Cuenca. Apenas se llegarán a la decena, pero sin duda, la
más notable fue la de Huete. Esta ciudad, era la más
importante de la provincia de Cuenca desde el
dominio musulmán y prosperó en su desarrollo social y económico a partir del
siglo XIII, tal y como lo justificaba el padrón de impuestos que se llevó a
cabo en la propia ciudad el año de 1290. Al igual que sucediera en Cuenca, su judería sería asaltada en 1391, pero a diferencia de aquella, se
repuso y en el siglo XV llegaría a ser la principal de la zona. En la segunda
mitad de esa centuria era una aljama de ciento cincuenta familias, lo que
supone unos 700 u 800 judíos.
En esta ciudad la comunidad judía se afincó en el
llamado barrio de Atienza, al pie de su castillo, también con ese mismo nombre.
El libro del Concejo de Huete de los años 1467 al 1470, que obra en el Archivo
Municipal, nos informa de la comunidad judía asentada en este barrio que
aún conserva parte de su muralla y una puerta, la que sin duda, separaría el
barrio judío y su aljama del resto de la población cristiana. Parece que la
calle principal de la misma era la que ahora llamamos con ese mismo nombre
–calle de Atienza-, la cual sube desde la referida puerta a lo que queda del
castillo. Es el punto neurálgico de la tradicional fiesta en conmemoración de
San Juan Evangelista (Juanistas).
Igualmente, en la desaparecida iglesia parroquial de
Santiago, situada en la misma ladera del castillo, parece ser hubo una Sinagoga
de la comunidad judía, pues según un documento fechado en 1387, donde se dice
que en lo alto del castillo había una iglesia dedicada a San Marcos y en él se
cita como, “…el obispo de Cuenca se quejaba de que muchos de los judíos censados en la
villa, habían pasado a vivir allí –en lo alto del cerro, destrozando la citada
iglesia para convertirla en lugar de su culto con posiblemente una reconvertida
sinagoga…”
El Padrón de
Huete. Uno de los padrones que nos
han permitido conocer el número de judíos existentes en Castilla, es el
recuento censal de Huete, localidad conquense ya citada, elaborado en 1290,
durante el reinado de Sancho IV y cuyo original se encuentra en el Archivo
Histórico Nacional. En la Biblioteca Nacional hay una copia del padre Burriel del siglo XVIII.
De este ilustre personaje, don Amador de los Ríos nos
dice que: “Daba el rey poder para formar este padrón a sus contadores y
almojerifes hebreos y congregados en la ciudad de Huete los repartidores de la
frontera que lo fueron: por Niebla, don Jacob Aben-Yahia; por Jerez, Abraham
Abenfar, dejando a los mensajeros de Jaén la elección de sus representantes…”
(19)
En cuanto al pago de una aljama castellana, tenemos un
documento de Baer II, números 151, 174 y 177, muy interesante, que se podría
aplicar a todas:
“El rey mandó en su ordenanza que la aljama pechara
mil “zehubin”, de tal manera que quien tuviera de fortuna 120 “zehubin” pagara
8, y lo que faltara para completar los mil, lo pagaran quienes tuviern de
fortuna más de 120 “zehubin”, cada uno según su hacienda. Y hubo hombres sobre
los que no recaía ningún impuesto en la “libreta de los 8 zehubin” –es decir,
en la libreta de los tasadores de las “cañamas”, que era el reparto de tributos
según se explica en el glosario de Aser. Si bien, los tasadores escribieron que
no conocían la cuantia de la fortuna de aquellos hombres y donde escribieron
sus nombres dejaron un espacio en blanco, es decir, sin añadir la suma que les
correspondía pagar de impuestos. Los repartidores del sobrante del impuesto
hasta llegar a los mil “zehubin” cargaron a quienes tenían de fortuna más de
120 “zehubin”, la cantidad que les pareció según su propia estimación. Más
aquellos hobmres alegaban que no tenían que pagar lo que se les cargaba porque
los anteriores repartidores les habían eximido en “zehubin”. Pero la aljama
aducía que los anteriores repartidores no les habían eximido en realidad, sino
que habían dicho que no conocían la cuantía de su fortuna.” (91)
Esto nos indica que había unos cien judíos o más que
tenían fortuna media y unos diez o más
que alcanzaban alta fortuna, entendiendo que los “zehubin” son los maravedíes
de plata. Con una suma de 120 maravedíes podían comprar algunas ropas, por lo
tanto, los judíos de esta aljama eran gente adinerada y acomodada y es posible
que se parezca a los judíos del padrón de Valdeolivas que elaboró Rabí Zulema
Curiel. Esto nos demuestra también que no todos los judíos pechaban y por
tanto, no es fácil sacar la realidad de los habitantes de las aljamas
castellanas en base a los censos o repartimientos, tal como el Padrón de Huete.
Otro gran núcleo de la provincia de Cuenca con importante comunidad judía, tal y como se apreciará en los
procesos a judaizantes llevados a cabo, será Uclés. Aunque poco se ha
podido investigar aún, se sabe que en el Padrón de la ciudad de Huete, ya
citado, figura ésta como una judería de tipo medio, sobre todo, teniendo en
cuenta que será la capital de la Orden de Santiago.
Documentos del siglo XV hablan de casas judías en las
calles de la Herrería y de la Sillería. Sin embargo, hay muy pocos datos sobre esta población, a pesar de que
algunos trabajos de investigación sobre el lugar se reafirman en que “en Uclés,
los judíos tenían sinagoga y barrio de judería”, aunque no se documenta ni se
localiza.
Según una cita. “…el infante Enrique de Aragón
establece que se ha de dar a judíos un lugar apartado para vivir que, además,
deben identificarse con señales bermejas los judíos y capuces amarillas y lunas los moros (Año 1440)…”
En otro documento del profesor Carrete Larrondo (118)
nos habla de la existencia de la Aljama de judíos de Uclés y su relación con la
Orden de Santiago allí ubicada como cabeza de la misma. Aunque no aparecen
referencias explícitas a su lugar de ubicación y el número de los mismos,
excepto la referencia del Padrón de Huete, es notorio que aquella población,
importante en todo el siglo XV tuviera una comunidad importante.
Los primeros documentos que nos hablan de la judería
de Castillo
de Garcimuñoz son del siglo XIV. Es posible que tuviera un cierto
esplendor durante la protección del infante don Juan Manuel, señor de la
villa, y luego formase parte del Señorío
de Villena. Yolanda Moreno en su artículo publicado en Sefarad, 37, ha reunido algunas interesantes noticias que sobre la
judería de este lugar se han podido obtener, sobre todo haciendo referencia al
cronista judío Selomó ben Verga. Esta investigadora la incluye entre las
juderías españolas que fueron saqueadas en el año 1391. Sin embargo, no figura
en los repartimientos de impuestos del siglo XV.
Este lugar llegaría a alcanzar importancia en la
guerra interna de Castilla por la sucesión al trono de Isabel la Católica, en su lucha dinástica contra su sobrina Juana la Beltraneja. Como castillo perteneciente al marquesado de Villena, tomaría partido a
favor de la Beltraneja y las tropas isabelinas dirigidas por Gómez Manrique
lo tomaron a las armas, muriendo en su asalto el poeta Jorge Manrique, autor de
“Las Coplas a la muerte de su padre”
Por circunstancias investigativas, se sabe que tuvo
Hospital fundado en el siglo XVI y junto a él una iglesia llamada de Santa María, la cual fuese demolida a principios del siglo XX, edificando sobre
los restos de la posible sinagoga judía lo que queda como solar.
En la provincia de Cuenca se tiene conocimiento de la existencia de pequeñas juderías en
Quintanar del Rey, Belinchón, Tarancón, Buendía, Iniesta, Moya y Belmonte.
Es conocido el padrón de los judíos de Valdeolivas,
realizado el 22 de marzo de 1388 (20)
En esta localidad, del partido de Priego, situada en
la parte occidental de la provincia, se computaron veinte familias judías por
un orden dispuesto en función del material de los edificios y casas de
vecindad. La familia más importante, económicamente hablando, era la Pardo,
representada por don Simuel, siendo don Zulema el primer empadronador y sus
hijos Leví y Mosé como miembros computables en la misma. En segundo lugar de
importancia estaría la familia Peralta
con Adueña, mujer y viuda de Sunató.
Se distinguían entre los judíos dos hombres cultos,
don Simuel de Móstoles, apellido
obtenido de su procedencia y dedicado a la arriería y don Simuel el Leví,
siendo rabino por entonces, Zulema Curiel.
No era rica la comunidad pero sí honrada y laboriosa
–según cita el mismo padrón-, empleándose mayormente en las artes mecánicas. El
citado registro contabiliza seis individuos dedicados a la labor de zapatería,
uno de ellos, remendón y los otros cuatro, alfayates. Se sabe, que el alfayate
era un sastre y en este caso, coincidía con la labor de rabino, dedicado a las
tareas de la enseñanza y la oración. La sinagoga estaría junto a la casa de
Zulema Curiel. Hay un carpintero, un tejedor, un menestral de coser y un
menestral de ronda. (21)
En este lugar, ahora es difícil encontrar la ubicación
del Barrio Judío o Judería, pero sí sabemos que ocupaba la parte que ahora
conforman la Calle de la Fuente y todo el barrio que está sobre la lometa que
le circunda, junto al llamado Barrio de las Orcerías. Entre tal barrio y la
citada calle, un edificio pudo albergar la sinagoga, ahora totalmente
desubicado.
En la villa de Valeria, ciudad romana fundada por
Valerio Flaco que después fuera cabeza episcopal visigoda no aparecen
documentados, ni en el Padrón de Huete ni en los censos tributarios de la Orden de Santiago, aljama alguna de judíos. Sin embargo,
por un curioso documento (76) podemos extraer un texto significativo de la
existencia de un especiero judío, de nombre Simón el Calvo, el cual dedica gran
parte de su tiempo a sanar con sus hierbas medicinales a los enfermos de la
población y comarca:
“Aquí ya en Valeria han llegado los
veintiuno de los Nazarenos con la Mesa de Salomón y dieron pronto con el especiero de
hiervas que les espera en todo el día y noche a la entrada de Valeria, del que
si boy a dar el nombre, llamado Simón y es mi padre, les dijo a los que habían
llegado que descargaran todo con sumo cuidado en el lugar de un patio cubierto
de techo con la obra en un alarife de un marcado contenido judío pues los
caracteres se asoman en las piedras de las paredes y en el suelo, Simón, Simón
mi padre el calvo de apodo, ahora el Berenjena, Simón éste especiero que recoge
las hiervas medicinales de la vega del río Gritos, en la del cual Júcar…, y en
la sierra alta, entre las hiervas son ellas la cola de caballo, salvia,
mejorana, menta, romero…, con ellas hace los potingues y caldos en nuestras
medicinas son para los vecinos de Valeria, y algunas villa y aldeas apartadas,
en el momento romo así las medidas justas haciéndolo por medio de la palma de
la mano (palmo medida de longitud, que se hace desde el dedo pulgar al extremo
del dedo meñique de la misma mano) de la Mesa de Salomón, y ajustadas las formas de su cuerpo en la
manera precisa mi padre Simón el calvo, tomó un borriquillo el más dócil de la
cuadra, de nombre Emilio, le ajustó también al asno los aparejos de tiro al
enganche de una carreta todo chiquita (una tartana) y con mucho mimo fue
colocando con unos guantes en las manos antes puestos el tesoro sagrado…”
Esta transcripción de un curioso documento, de fecha
desconocida y origen incierto, nos adentra en el momento álgido de la comunidad
judía de Castilla, y sobre todo de la de Cuenca, pues aparecen dos grandes personajes de la misma: por un lado, el
conocido Gran Rabino Isaac Abravanel, el de Toledo, afincado en la corte
castellana y que tanto esfuerzo aplicó para evitar el Edicto de Expulsión, sin
poder conseguirlo; junto al rabino de la Judería de Cuenca en
aquellos años finales del siglo XV, Yehudá Hastvi.
“Los caminos de Simón, mi padre,
dedicado a la especiería para sanar, con tanto trabajo, sin pago alguno, bueno
sí el de la fidelidad en sus creencias (el judaísmo) y en el respeto en el
compromiso tenido con el Gran Rabino Isaac Abrabanel, el de Toledo, y con su
gran amigo Yehudá Hastvi, el joven rabino de Cuenca de no más de veintitrés años, en los que poco sabían nada pues a mi me
dijeron que solo era escrito en el lugar de la palabra sagrada y secreta es en la Torah, y a la sombra que lleva haciendo ahora la luna con
los árboles se va tapando el Simón (mi padre) entre la arboleda de los
árboles…”
Al igual que las costumbres cristianas, los judíos en
sus actividades se ayudan de invocaciones religiosas para obtener sus
peticiones. Pero es curioso, que aquí este relato nos lleve a la existencia de
una Cueva, de origen misterioso, cuyo lugar queda para la investigación de
leyenda:
“Van llegando el Simón con un
borriquillo el Emilio y carro son andando lentamente se aproximan una caverna o
gruta llena es ahora o tapada la entrada de matorrales y maleza…al rato de
rondar espiando la entrada de una cueva se puso de frente a una piedra enorme,
enfrente se encuentra sólo ante una gran mole de piedra lisa en color casi
anaranjada y tiene la forma de Pirámide que curioso ¿es lo que busca Simón?,
tomo tiempo el Calvo casi escaso, miró mi padre Simón la gran roca la observó
¿qué es lo que busca? Porque la acecha tanto, algo avisto se aproxima a la
temeridad a ella, se ha quitado ambos guantes de la mano izquierda y la derecha
quitados ambos guantes de las dos manos la antorcha es enganchada al palo de
una rama iluminando, tocó la piedra con toda reverencia, y con reverencia me
dijo cómo si le pidiera permiso y en una abertura producida no se sí por la
naturaleza introdujo la mano derecha, se oye dentro de la cueva cómo si algo parecido
a un quejido en algo que se despierta, en la piedra en forma de Pirámide ocurre
ahora mismo un balanceo se va moviendo, de sobrenatural diríamos que alguna
ley, fuera del bien o del mal…”
(*) Mapa de
las Juderías medievales de la provincia de Cuenca. Elaboración
propia
La Comunidad
hebrea de la villa de Cañete, patria de los Canetti.
Nos quedaría por comentar la judería de Cañete. En la
llamada Sierra baja, en la misma frontera de los reinos de Castilla y Aragón,
queda fijada esta población cristiana de origen desconocido, a pesar de figurar
en algún documento, su posible relación con la Edad del Bronce y el territorio celtíbero bajo el nombre
de Shioba.
Desde tiempos inmemoriales se sabe de su existencia,
sino como lugar fortificado de importancia, sí como lugar de paso ganadero para
los grandes rebaños que desde el Rincón de Ademuz en ese Bajo Aragón circulaban
hacia las tierras llanas y cálidas de la Mancha jienense, en ese proceso llamado la Trashumancia..
Cañete surge, por tanto, como núcleo poblacional en
tiempos del dominio musulmán. Aparece reflejado en la documentación existente,
dentro de la Kora de
Santaveriya o Santaver, ocupando un lugar de paso entre la patria de la familia
bereber de los Benni Zenum, sobre todo, cuando dividen el territorio taifa
entre sus tres hijos y aparece Huélamo como centro de uno de ellos.
Conquistado el territorio por las tropas cristianas,
una vez tomada la ciudad de Cuenca en 1177, cuando las tropas de Alfonso VIII y las
Órdenes militares, retomen la dominación de estas tierras limítrofes a Aragón,
gracias al apoyo del rey Alfonso II y a la Orden de Santiago, mientras se reconquista toda la tierra
fronteriza de Moya.
Las ordenes religiosas que había tomado parte en la
contienda, tanto Santiago como Calatrava y el Temple, recibirían donaciones y
predios por estas comarcas para compensar su apoyo a la causa reconquistadora.
Son estas formaciones de freires las que dejaran impronta en la villa y su
territorio, tierra económicamente pobre, pero fuerte por su estratégica
posición geográfica en las sangrientas luchas de poder que surgirían
posteriormente.
Así, en el año 1187, el conde Pedro, Señor de Molina,
y su mujer, darían los bienes que tenían en Cañete a la Orden de Calatrava, concesión que aparece reflejado en el
documento fechado el 30 de diciembre del citado año. (92)
Tres años después, en el 1190, aparece también
documentada la donación de una casa y heredades en Cañete a la citada Orden de
Calatrava, por parte de un tal Bermuda Pérez y su mujer Familiar, hecho éste
que confirma el poder que la citada orden religiosa tendrá en este lugar,
aprovechando su apoyo militar. (93)
A partir de este mismo año y hasta el 1197, se produce
en este lugar y toda su comarca, un despliegue repoblador con familias procedentes
del Norte, sobre todo de Navarra y la zona alta castellana. Este movimiento
demográfico será ejecutado por Pedro de Burgos, provocando la restitución del
orden social y el establecimiento de un proceso administrativo socio-religioso.
La pertenencia de numerosas propiedades a la Orden de Calatrava nos reafirma en el valor que estos
lugares tuvieron para estos reyes reconquistadores, sobre todo por valorar sus
predios en función de sus donaciones. Así pues, será la Orden de Santiago, la que ocupe el puesto de la primera, al
establecer su centro de poder en Uclés y desbancar a los calatravos que
empiezan a poblar los difíciles campos de la Mancha (Calatrava la Nueva).
Unos años antes, la misma Orden del Temple, la que
había acudido también a la llamada para la recuperación de la Tierra de Moya, tiene también aquí alguna influencia
territorial, sobre todo en la familia de los Lara, del que Nuño Sánchez será su
principal valedor.
Es lógico pensar, que en este lugar de Cañete hubiera
alguna familia judía avecindada durante su dominación musulmana. Sabemos que
esto era común, sobre todo en los territorios próximos a Aragón, tales como la
comunidad de Daroca y el propio Teruel, hecho que condicionaba la explotación
comercial por medio de la artesanía y la arriería. Sin embargo, no tenemos
documentación de este periodo ni se puede afirmar tal condición. Lo cierto es
que reconquistados estos territorios con sus aldeas y pueblos, numerosos grupos
de judíos comienzan a ocupar viviendas y barrios de repoblación, una vez
llevada a cabo la pacificación de la zona.
Sabemos, por referencia documental, que alguna familia
judía llegó a alcanzar cierta importancia en la comarca estudiada. Alguno de
sus miembros alcanzaron riqueza, como solía ser común en esta minoría y relevante
poder, como será el caso de Juzef Fabón, quién anduvo entre Cañete y Moya,
comprando y vendiendo posesiones a la Orden del Temple. Este mismo personaje, al igual que
algunos de su misma familia, participó en tasaciones de heredades. Así, el 3 de
julio de 1222, Juzef Fabon vendió a Rodrigo González de Santa Gadea, maestre
del Temple, sus casas y heredades que poseía en Cañete por 300 maravedíes
alfonsíes.
Durante el reinado de Juan II, la familia aragonesa de
los Luna recibiría este lugar de Cañete, junto con otros del reino castellano y
del reino aragonés, gracias a sus relaciones de apoyo al propio rey frente a la
sublevación de la nobleza aragonesa. Aquí, por circunstancias curiosas y de la
fortuna, nacería Álvaro de Luna, el que fuera condestable castellano y primer
valido del propio rey.
En el Archivo de Morata, en un documento fechado el 13
de enero de 1390, el mismo año del nacimiento del condestable, figura una
permuta hecha entre Álvaro Martínez de Luna, padre, y su hermano Juan, de los
lugares de Morata, Villanueva y Perujosa, en Aragón, por Cañete en Castilla.
No vamos a entrar en la historia de Álvaro de Luna porque ello nos llevaría a condicionantes de espacio y tiempo
difíciles de valorar para el estatuto judío, pero lo cierto es que la influencia
del rey castellano Juan II fue importante por las consecuencias que
arrastraron.
En aquellos momentos sólo existía un camino para
reformar y mejorar la situación interna del judaísmo, y éste era el del
fortalecimiento de la religión a base de la tradición recibida y la
restauración de las instituciones públicas de que gozaban las aljamas españolas
antes de las persecuciones. En este sentido, en la época del rey Juan II
trabajó Don Abraham Benveniste, tesorero del propio rey y amigo del condestable
Don Álvaro de Luna, siendo rabino de la corte, cargo al que
accedía por nombramiento de la corona y que estaba dotado de autoridad sobre
todos los judíos de Castilla.
Selomó ben Verga mencionaba un recuerdo en su libro;
además en una de las conversaciones imaginarias entre el rey, el condestable y
los magnates judíos que insertó en él, el monarca les reprendía por su soberbia
y por llevar vestidos de hombres libres; ante la pregunta, “Benveniste el
Viejo” le contestaba: “¿Has visto alguna vez, rey nuestro, que yo tu siervo,
aún cuando todos los asuntos de Castilla están en mi mano, lleve vestidos de
seda?”. De modo similar contestaron en otra conversación parecida los delegados
de las aljamas Don Abraham Benveniste –el joven-, Don Yosef Nasí (socio en los
negocios del anterior) y Samuel ben Susen: “Nosotros no siendo mensajeros de tu
pueblo y los más ricos de nuestro pueblo, y a pesar de que no se debe de venir
a presencia del rey sino con vestidos caros, henos aquí con vestidos negros y
baratos”.
Abraham Benveniste fue a Cuenca y a Cañete, aprovechando los viajes de Álvaro de Luna a estos dos lugares, manteniendo, en éste último, un duro
enfrentamiento contra los Hurtado de Mendoza. En esta ciudad conoció a los
conversos de allí, los mismos que habían admitido el bautismo después de la
aniquilación de la aljama en 1391. Entre ellos, la familia Molina, procedente
de Molina de Aragón y vecinos ahora de la ciudad colgada, encargados de
frecuentar los cargos concejiles y de tener cierto poder en aquella sociedad
nueva. Habló con ellos y les indujo al exiguo cumplimiento. Éste judío, celoso
de la
Torá y en la
observancia de los mandamientos ejemplarizó demasiada exigencia en el
cumplimiento de los preceptos hebreos. “Fue el rabino de todas las aljamas de
Castilla, siendo nombrado rabí de la corte, juez mayor y repartidor de los
tributos de todas las aljamas de Castilla, reuniendo en 1432, en el mes de Iyyar (abril/mayo), a los
delegados de las aljamas, sus rabinos y algunos omes buenos que andan en la corte de nuestro señor el rey.” (22)
Su llegada a Cañete, allá por el año 1425, concluyó en
una necesaria reconciliación de las ocho o nueve familias judías que allí
habitaban y que, a propuesta de Álvaro de Luna
y su rey Juan II, estaban protegidas por mandamiento real.
Está claro, por tanto, que la aljama de Cañete tendría
su sinagoga, concretamente situada entre la Calle Mayor y la Calle de San
Bartolomé, en una casa cuya portada mantiene un arco con dintel de corte
románico y luego una entrada por medio de patio interior. El número de familias
judías no se puede contabilizar por no aparecer en Censo alguno, pero se sabe
por los documentos posteriores, que unas doce familias de judíos habitaban esta
zona, posiblemente en las casas situadas en el llamado barrio del castillo y la
calle de San Bartolomé.
Los procesos inquisitoriales nos permitirán conocer la
mayor parte de los judíos y judaizantes, procesados por su raza hebrea o sobre
todo, por sus procesos de herejía y apostasía, de los que hablaremos más
adelante cuando tratemos el tema de la Santa Inquisición y los judeoconversos.
Cierto es, que las familias judías de Cañete, con su
rabí a la cabeza, a pesar de los condicionantes humanos de imbricación en la
sociedad económico-social de la villa y comarca habitaron la ciudad a pesar de
los progroms de 1391, enraizados la
mayor parte de ellos, entre las familias cristianas con las que llevaban conviviendo muchísimos años.
Cañete, por tanto, es una localidad de la provincia de
Cuenca, hacia la Sierra, en contacto con Aragón y Valencia. Pero que en su
estructura urbana permitió las modificaciones exigidas por la convivencia entre
mudéjares, judíos y cristianos, algo que los propios Reyes Católicos se
encargarían de manifestar con rotundidad.
Quizás conveniente sería, en este inicial apartado,
hacer referencia a este lugar de la Castilla Baja, feudo de señorío, lugar estratégico que sufrió duros avatares bélicos
por su posición fronteriza entre reinos, que alternó por necesidad de linaje,
bandera aragonesa y bandera castellana, que albergó familias de una y otra
índole y que fue cuna insigne de hombres honrados que, en el tiempo histórico,
ocupasen importantes dignidades.
Reconquistada en su tercer intento, al dominio
musulmán, a finales del siglo XII, alcanzó el título de Villa por concesión
real de Sancho IV, en el siglo XIV, gracias al valor de sus gentes, tal y como
queda refrendada en el acta real. La repoblación de su alfoz por cristianos del
norte en el siglo XIII trajo apellidos como Burgos y Santa Gadea,
significativos de importantes gestas, afianzó algunos de los ya existentes como
Martínez, Fernández o López; reforzó su genealogía con la llegada de hombres
del valle del Duero o incluso, algunos de valle del Guadalquivir en ese proceso
de reafirmación política. Ahí quedan los Soria, Navarro, Ibáñez o Benavides,
llegados del norte y, los Fajardo, Baeza y Ventayres, del sur, en su posterior
procedencia morisca.
En su aljama, los Montemayor, Galve, Cerezuela,
Montoya, Fabón, de los siglos XIII y XIV darían luego vida a los judeoconversos
del siglo XV, momentos antes de la expulsión propiciada por los Reyes
Católicos.
No hay duda, que la infancia de Álvaro de Luna, el bastardo hijo de los Luna de Aragón, nacido en este lugar
de la Castilla Baja, a finales del siglo XIV, por relaciones extramatrimoniales con María de Urazandi, llamada en las crónicas del momento, María “La Cañeta”, se
desarrolló en la villa de Cañete en tiempos de convivencia cristiana, judía y
mudéjar, compartiendo vivencias y travesuras con niños de ambas minorías, hecho
éste que le marcaría lo suficiente para mantener el buen trato en sus
disposiciones durante su mandato como Condestable castellano bajo el reinado de
Juan II.
Sin embargo, digno sería de relatar la participación
de este singular personaje, Álvaro de Luna, en el primer Estatuto de Limpieza de Sangre
en España, Toledo 1449, durante su mandato como Condestable de Castilla en
tiempos de Juan II.
Si las autoridades civiles y religiosas se habían
mostrado incapaces para frenar las incitaciones del arcediano de Écija que
condujeron a las sublevaciones antijudías de 1391, se mostrarían igualmente
impotentes para detener el movimiento contra los conversos. Menos de sesenta
años después de las primeras conversiones en masa de los judíos, los conversos
descubrieron que el expediente empleado por sus padrs para salvarse la vida
había perdido eficacia.
Albert A. Sicroff, nos relata en su profundo estudio,
como la sublevación anticonversa de Toledo en 1449 fue el preludio a una serie
de trágicos motines populares contra los cristianos de origen judío. Este
primer incidente del furor popular contra los convertidos tiene una importancia
decisiva puesto que dio origen al primer estatuto de limpieza de sangre en
España.
El 26 de enero de 1449 –nos servimos del relato de
Fernán Pérez de Guzmán, Crónica de Juan II-, el condestable castellano Álvaro de Luna, en cuyas manos estaba el gobierno del Estado, pasaba por
Toledo camino de Ocaña. Se ocupaba entonces de la defensa de Castilla contra
Aragón que, el 10 de enero, había invadido el reino de Juan II en las regiones
de Requena y Utiel. El Condestable exigió un préstamo de un millón de
maravedíes para ayudar a sufragar la campaña contra Aragón y tropezó en seguida
con la resistencia de los habitantes de Toledo. Alegarían éstos que los
privilegios de la villa habían sido violados y el pueblo se sintió aún más
ultrajado cuando don álvaro declararía que las necesidades urgentes del rey
tenían prioridad sobre sus pretendidos privilegios. La indignación del pueblo
creció cuando sospechó que Alonso Cota, rico negociante converso de Toledo,
había sido el instigador de aquel impuesto:
“…los del
Común ovieron sospecha que un mercader muy rico e honrado vecino de la ciudad
de Toledo, que se llamaba Alonso Cota, había sydo movedor deste emprestido.”
Cuando se dieron cuenta de que el Condestable era
intratable y que el impuesto iba a ser recaudado, la caldera de Toledo comenzó
a hervir.
El lunes 27 de enero, estando ausente don Álvaro de Luna de Toledo por su marcha a la villa natal de Cañete, una
multitud muy excitada se reunió a toque de campana de Santa María. El furor del gentío fue atizado por dos prebendados, Juan Alfonso y
Pedro López Cálvez y un anónimo odrero que se puso a la cabeza de las masas
populares. Alonso Colta, presunto promotor del tributo, fue el primero en
sufrir la violencia de la muchedumbre. Despojado de sus bienes, incendiada su
casa, la cólera de los insurgentes no se consumió hasta haber saqueado el
barrio de la Magadalena donde vivían los conversos más ricos de Toledo. Los
conversos, bajo el mando de Juan de Ciudad, tomaron las armas a fin de rechazar
a sua adversarios, pero el esfuerzo fue en vano. Su jefe muerto, y su cuerpo, y
el de otros judeocristianos, fueron colgados por los talones en la plaza de
Zocodover.
Poco tardó el levantamiento en cobrar aspecto de una
rebelión de gran envergadura. Pedro Sarmiento, alcalde mayor, a quien tocaba
imponer orden en la ciudad, eligió actuar en un sentido completamente
contrario. Aprovechando la ocasión para dar libre curso a su odio hacia el
condestable castellano, tanto como para satisfacer su avidez de riquezas,
Sarmiento y su ayudante marcos García de Mazarambróz, conocido por el nombre
común de “Marquillos”, tomaron el mando de los rebeldes: las puertas y los
puntos de resistencia de la ciudad fueron tomados al asalto y los revoltosos se
parapararon para resistir a la autoridad real. Álvaro de Luna, ausente unos días para visitar a su madre, enterado del
suceso, marchó rápidamente desde Cañete hacia Toledo para sofocar la revuelta y
volver a tomar Toledo para la causa real. Sarmiento estaba decidido a negar la
entrada a las tropas reales hasta que Álvaro de Luna fuera desposeido de su cargo de Condestable de Castilla. Tal
fue así, que el alcalde comenzó a apoderararse de los bienes de las familias
judías y cristianos nuevos.
Fue en ese momento cuando ante la asamblea del pueblo,
proclamaría la Sentencia-Estatuto, primer estatuto de limpieza de sangre en
España. Fue el 5 de junio de 1449, cuando don Pedro Sarmiento y los alcaldes,
alguaciles, caballeros y escuderos, común y pueblo, se reunieron en el
Ayuntamiento de Toledo y analizaron el estatuto de don Alfonso, rey de Castilla
y de León, en el que se expresaba claramente, “expulsar a los conversos de
origen judío de todos los puestos importantes de Toledo, porque no creían en
Jesucristo y por otras razones allí enumeradas.”
Pese a todo ello, los conversos toledanos continuarían
infiltrándose en los oficios eminentes y sería la causa para que Pedro
Sarmiento, sin hacer caso a don Álvaro de Luna,
propuso la Sentencia-Estatuto que se lelvaría a cabo con la aquiscencia del
propio monarca Juan II.
Serían sentenciados: “López Fernández de Cota, Gonzalo
Rodríguez de San Pedro, su sobrino, Juan Nuñez, bachiller, Pedro Nuñez y Diego Nuñez, Juan López de Arroyo, Juan González de Illescas, Pedro Ortiz, Diego Rodríguez de Albo, Diego Martínez de Herrera, Juan Fernández Cota, Diego González Jarada, alcalde, y Pedro González, a los que privaron de
cualquier escribanías y cargos ostentados y otros oficios, así como a vivir y
morar en Toledo y su demarcación, so pena de muerte y confiscación de todos sus
bienes para los muros de la dicha ciudad y su república.”
Después de estos acontecimientos, don Álvaro de Luna, fue perdiendo adeptos en las masas conversas, en las que
tenía un gran apoyo.
En su villa natal, Cañete, las familias judías que
allí habitaban, al igual que tantas y tantas de estos reinos, dedicaron su
tiempo a la artesanía y al comercio. En este lugar, próximo al Bajo Aragón compartían
comercio y habilidades artesanales, siguiendo incluso los consejos de hombres
importantes en las aljamas de Aragón. Tal es el caso de Sem Tob Falaquera, de
la aljama de Tudela, cuya influencia en toda la zona fue recogida en los
comentarios de los procesos inquisitoriales del siglo XVI.
El tal judío en su obra Ha-Mebaqques (El buscador) extendía sus consejos que
eran bien asimilados por todas comunidades de su influencia: “Tú, judío, elige
ser labrador o comerciante, pero si puedes dar tu dinero a interés, aprovecha
la ocasión, no la dejes pasar”, “divide tu dinero en tres partes; invierte un
tercio en tierras, otro tercio mantenlo en dinero líquido y el último guárdalo
en secreto”.
Las ciudades de Teruel, Zaragoza y Huesca, generaron
un rico comercio, trabajando la manufactura de paños en tiendas. Los draperos judíos del Bajo Aragón,
ocupaban en sus comunidades el segundo lugar en la escala social, permitiendo
que la salida de esas manufacturas, llegasen a todas las tierras, incluso las
más lejanas de su ámbito de vida.
La vendimia era en cada año un gran acontecimiento que
empleaba a la mayoría de la población judía de toda una extensa comarca.
Los judíos de esta zona, tanto los de Cañete como los
de Moya, Ademuz y Huete, dedicaban gran parte de su actividad a comerciar en la
venta de manzanas y ricas nueces, mientras traían productos de lana de tierras
aragonesas. Luego, en época de vendimia, marchaban a las tierras de Requena y
Utiel para efectuar la cosecha, mientras algunos, los menos, se desplazaban a aceitear a la comarca alcarreña, sobre
todo, a Valdeolivas.
A pesar de que los graves sucesos de 1391 afectaron en
gran parte a casi todos los judíos castellanos, en Cañete, apenas hubo
incidencia, tal vez por ser una comunidad pequeña y, sobre todo, por su
vinculación fronteriza con Aragón. Incluso, mantuvieron su actividad casi
intacta, muchos se convertirían en los primeros momentos y otros esperaron la
llegada de nuevos acontecimientos. En el reinado de Juan II y su valido, el cañetero Álvaro de Luna, apenas sufrieron las controversias del odio que empezó a
generarse por parte de los cristianos hacia ellos, ni siquiera cuando los
poetas de aquella Corte, algunos enemigos acérrimos del de Luna, hallaban gran
placer en derramar su desprecio contra sus colegas conversos, e incluso algunos
hombres de origen judío se mofaban de su pueblo ancestral:
Todos deuen bien creer
que quanto en aquesta hedat
non nasció tal mesurad
nin creo que ha de nacer.
Los fundamentos de la vida social castellana se fueron
derrumbando durante el reinado de Juan II y en el periodo de influencia del
poderoso cortesano Don Álvaro de Luna a causa de la rebelión de los nobles y por la
oposición entre la nobleza y los cortesanos por un lado y los estados y las
familias dirigentes de los municipios por otro. En Castilla se añadía además la
lucha entre los cristianos viejos y los cristianos nuevos, conversos judíos. La
mayoría de las ciudades quedaron divididas en dos campos por las disputas
reales, cosas que aprovecharon para sus fines los rivales en la alta política.
Finalmente, estallaron varias guerras entre los llamados cristianos “viejos” y
“nuevos” que no cesarían a lo largo y ancho de todo el país durante veinticinco
años, hasta la llegada de los Reyes Católicos y su restablecimiento del orden
político interno.
Los cronistas cristianos de aquel tiempo, aunque
suelen referirse muy brevemente a los asuntos judíos, no podían, al describir
la situación interna de Castilla, dejar pasar en absoluto silencio la
participación de aquellos hombres de linaje judío en la lucha política, pero
procuraron ocultar cuanto les fue posible el candente problema religioso que
acompañaba a la agitación social.
Ahora bien, -tal como nos dice Yitzhat Baer-, el
historiador judío moderno debe ocuparse de este problema desde todos los
ángulos. La historia de los conversos, de los que hablaremos más adelante, no
es un asunto de supervivientes de un linaje que hubiesen perdido su aspecto
judío, sino la historia de la suerte que corrió una gran masa de población que
en su mayoría estaba ligada, voluntaria y conscientemente, a la tradición judía
viva. Los judíos viejos que lucharon contra los conversos se alzaron contra
ellos por celo religioso, porque les veían como unos advenedizos que se
llamaban cristianos a la fuerza y eran judíos por su linaje y su religión,
ligados al judaísmo por lazos personales y espirituales, aunque no creyeran en
ninguna religión positiva.
La guerra civil estalló por primera vez en Toledo, el
año de 1449 por causa ocasional del pesado tributo que impuso Álvaro de Luna en nombre del rey. (23)
En el proceso que el mismo Álvaro de Luna soportó por los engaños e intrigas de los nobles palaciegos y
la aquiescencia de la reina Doña Isabel de Portugal, esposa de Juan II, una vez
apresado en Portillo, cerca de Valladolid, algunas familias de judíos conversos
de su localidad de nacimiento, Cañete, hablaron a su favor aunque nadie les
escuchase, siendo penitenciado por traidor a la Corona y ajusticiado en Valladolid, un año después de las
revueltas de Toledo.
Fue producto de una Edad Media, convulsa, turbadora y
cruel, en la que la vanidad, el orgullo y la envidia malgastaron celebridades y
ajusticiaron honestidades. Al igual que la comunidad judía, el condestable
castellano pagó con su vida, los graves problemas entre la nobleza, el poder,
la religión y la infamia cortesana y social. El condestable avaló a los judíos
porque para él, eran el baluarte financiero de Castilla.
Miguel Romero Saiz
Doctor en Historia
Cronista Oficial de la ciudad
Académico correspondiente de la Real
Academia de la Historia.